Punto de Fisión

Matar a un rey león

La versión africana del "hombre muerde perro" ha saltado esta semana a los medios con la variante "dentista mata león". Sin embargo, se matan a diario demasiados felinos, búfalos y elefantes como para que este leonicidio específico ocupase los altares de la actualidad. ¿Por qué Cecil sí y tantos otros leones y leopardos anónimos no merecen ni un triste tuiteo, ni el píxel de una lágrima? Porque la noticia, desgraciadamente, no es que un dentista pijo de Minnesota matara y desollara a un león: la noticia es que era el león más bello de Zimbabue. Para salir en los papeles siempre hay que pasar por la peluquería.

Como explica John Barth en Sabático a propósito de una violación, una frase no significa nada: lo real son los detalles. Los detalles de la carnicería de Walter L. Palmer no son tan brillantes ni heroicos como dejan suponer los relatos de Hemingway o de Isak Dinesen, dos ilustres aficionados a la caza mayor que nos deleitaron con duelos a pleno sol repletos de garras, rifles, astucia, honor y whisky. El cazador blanco que tanto ensalzó Hemingway (cuya habilidad depredadora provocaba chistes entre los cazadores y guías profesionales, por cierto) tiene muy poco que ver con la pareja de matones que acorraló y mató a Cecil. Primero lo atrajeron fuera de la reserva con un cebo, lejos de su manada de leonas y cachorros, luego lo cegaron con los faros del jeep y entonces Palmer lo traspasó de un flechazo. El león, gravemente herido, logró escapar y los dos machotes lo persiguieron durante dos días, guiándose por el rastro de sangre, hasta que lo encontraron echado en la sabana, desfallecido y sin fuerzas. Le pegaron un tiro e intentaron quitarle el chip que tenía alojado en el cuello pero al final lo desollaron y lo decapitaron.

En España la noticia logró una resonancia inesperada al propagarse el bulo de que el matarife era español. El bulo creció como una bola de nieve y a los dos días ya temblaba la sospecha de que, además de español, fuese borbón, olvidando que la especialidad del monarca son los elefantes. De cualquier color. Pero la potencia de la superchería era demasiado fuerte como para resistirse a su embrujo: un rey león abdicando en otro rey león.

John Wilson, el trasunto de Huston en Cazador blanco, corazón negro, le decía a su joven guionista que matar a un elefante no era un delito sino algo mucho peor: era un pecado. "Es el único pecado que puedes cometer comprando una licencia. Y no me preguntes por qué quiero hacerlo porque ni yo mismo lo entiendo". Cuando le preguntaron a Mallory por qué quería escalar el Everest, su respuesta (probablemente apócrifa) condensó el ansia del hombre por dominar el mundo: "Porque está ahí". Palmer mató a Cecil porque podía pagarlo, lo mismo que anteriormente había comprado la satisfacción de masacrar docenas y docenas de animales salvajes. Mientras podamos y queramos seguir matando criaturas libres e indefensas seguiremos siendo el rey de la creación, aparte del dentista. Lástima que el planeta no sea una república.

 

 

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