Punto de Fisión

Carmona y Manzano, estrellas caídas

En el mes de agosto en Madrid suelen producirse extraños fenómenos, meteorológicos y de los otros. Así, mientras los que pueden permitírselo emigran en masa hacia las playas, para canjear el calor seco por el húmedo y caminar libremente en calzoncillos; mientras en el firmamento nocturno asoman las persíadas, en el ayuntamiento madrileño se evaporan viejas y nuevas estrellas a un ritmo no previsto por los astrónomos.

La nube de contaminación lumínica y atmosférica que cubre la capital por los siglos de los siglos permite la formación de espectaculares y tóxicas puestas de sol, pero oculta la visión de las estrellas tras un impenetrable paraguas de mierda. Aquí una invasión marciana no se detectaría hasta que el primer platillo aterrizase en la Gran Vía; por eso los niños a los que regalan telescopios tienen que resignarse a otear un eclipse de ropa en la ventana de una vecina. A falta de persíadas, los astrónomos aficionados se conforman con asistir a la caída de meteoritos desde lo alto de la cúpula del consistorio, un sintagma que lo mismo vale para un planetario que para una concejalía.

El primero de los elementos defenestrados, Antonio Carmona, es una estrella fugaz de la política local que apareció en las televisiones en el papel de sparring de lucha libre para tertulianos de extrema derecha. Luego, contra todo pronóstico, se presentó a la alcaldía prometiendo naumaquias, disfrazándose de bombero y echando carreras en silla de ruedas. Carmona era un bólido celeste que hacía política a la velocidad de la luz: para cuando quisimos mirar en el diccionario el término "naumaquia" (y nos enteramos de que se refería a las batallas navales simuladas que tenían lugar en el parque del Retiro durante el siglo XVII), él ya estaba en otra galaxia. Pim, pam, propuesta. Pim, pam, propuesta. Pim, pam, depuesta. "Nos hemos enterado a través de la Cadena Ser" ha dicho Carmona. siguiendo la tradición felipista, que se enteraba de los escándalos por los periódicos. "Esto lleva preparado desde hace tiempo". En efecto, cuando su luz aún llegaba hasta nosotros, como la de ciertas constelaciones moribundas, alguien ya le había quitado la silla bajo el culo y la alfombra bajo los pies. Probablemente cuando Aguirre le prometía la alcaldía a cambio de su propia alma, Carmona ya no era más que un chorro de fotones.

La otra estrella rutilante que ha acabado pulverizada más o menos a la vez que el meteorito Carmona ha sido Álvarez del Manzano, un cuerpo celeste que orbitaba muy despacio, a la velocidad de 120.000 euros por año. Nadie sabía bien qué pintaba este alto cargo en el IFEMA, pero mucho no podía ser, porque la alcaldesa Carmena va a sustituirlo por otro que, de momento, ya ha renunciado al coche oficial, a los asistentes y al sobresueldo de 120.000 euros anuales. Una renuncia más y el hombre, en vez de aceptar, dimite. Seguro que muchos de los críticos carmenitas le reprocharán a la alcaldesa no haberlo reemplazado por un maniquí de las rebajas o por una figura del Museo de Cera, para así ahorrarse también los bocadillos. Entre Álvarez del Manzano y Carmona podrían montar una naumaquia en el Manzanares y aprovechar luego la silla de ruedas.

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