Punto de Fisión

El niño que no era nada

Hay mucha gente que se ha molestado por la foto del cadáver de un niño sirio ahogado. Por lo visto les ha jodido el famoso síndrome posvacacional, estaban tan tranquilos desayunando, cenando, haciendo zapping ante el televisor o paseando al perro delante un kiosco y topetazo: la muerte en pantalones cortos varada en una playa turca. La foto ha arrasado en las redes sociales, ha torpeteado twitter y facebook, ha indignado a muchísima gente acostumbrada a compartir videos de gatitos, memeces de fútbol y estampitas de Cristo con las pestañas rizadas. Hasta la han emitido por televisión, hay diarios que incluso la han publicado en portada, cuando se supone que los telediarios son sólo el aperitivo del fútbol y que los periódicos ya estaban domesticados. Como si un niño muerto fuese noticia con la de miles y miles de niños muertos (cientos de ellos ahogados) que han pasado de largo este año por los noticiarios sin molestar a nadie, sin que su defunción alterase la buena marcha de las digestiones.

No, no había manera de escapar de la jodida foto, es un dedo en el ojo, una piedra en la conciencia, una puñetera vocecita de niño muerto recordándote que no puedes hacer nada para evitar el horror de una guerra y que, en efecto, no has hecho nada. Si acaso, compartir la foto en facebook, escribir debajo un comentario airado, un artículo triste e inútil como éste, leerlo, mover un poco la cabeza y dar otro mordisco a la tostada. Si acaso, comentar la fotografía en la barra del bar, en el trabajo, qué putada lo de Siria, tiene tela, eh, y los gobiernos no hacen nada, antes de pasar a otros temas más acuciantes como el ridículo monumental de Florentino en el fichaje de De Gea. Si acaso, como mucho, no votar al PP, que siempre ha dicho, desde tiempos de Aznar, que la guerra es una excelente oportunidad de hacer negocios (nos íbamos a forrar con la de Irak, ¿recuerdan?) y que en consecuencia ha puesto al frente del ministerio de Defensa a un comerciante de armas. No te jode, no iban a poner a un hippy vendiendo flores.

La foto escuece mucho por diversas razones, ante todo porque se trata de un niño, pero vestido como cualquier niño europeo: no es un cadáver desnutrido al estilo de esas hambrunas africanas que parece que sucedieran en otro planeta. Es un pequeño muerto que ha venido a aterrizar aquí, en la conciencia adormilada de occidente, y lo primero que ha suscitado su visión, después del escalofrío y el espanto reglamentarios, ha sido un debate sobre si no será poco ético mostrar el rostro de ese niño en primera plana, y sin pixelar, oye, a ver si sus familiares van a estar vivos de casualidad, imagínate el mal trago. Por suerte, la postura con que las olas lo han depositado en la playa y el oportuno encuadre del fotógrafo buscando un escorzo con los zapatitos al frente, le han borrado la identidad, sumiéndolo en un cómodo anonimato que primero nos susurra que ese niño podía ser cualquier niño, cualquiera de nosotros, y luego ya nos dice que tranquilos, que ese niño no es nadie, que no era nadie, que no era nada. Las olas, sin embargo, le han devuelto el nombre: se llamaba Aylan Kurdi, aunque ya da igual. Lo mismo que cualquier otro muerto con nombre y apellidos, biografía y pasaporte, que en cuanto ingresa al ataúd provoca la misma inquietante reflexión metafísica tan típica en los funerales: "No somos nada".

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