Punto de Fisión

El ridículo hecho presidente

Clint Eastwood interpretó una vez el papel de un escolta viejales del presidente de los EE UU. La película se llamaba En la línea de fuego y en ella había una escena en que el yayo del Servicio Secreto, aquejado de un catarro chungo, confundía el ruido de un globo estallando con una detonación. Entonces corría a la tribuna entrechocando las rodillas y se arrojaba sobre el presidente para recibir la bala. Tras la consabida bronca, a Eastwood lo alejaban de la primera línea porque, según el jefe de seguridad, había puesto en ridículo al presidente. "Creía que estábamos aquí para preservar su vida" se quejaba el escolta. "Sí, pero también su dignidad", replicaba su jefe.

Mariano Rajoy habría necesitado ayer lo menos doce guardaespaldas para preservar su dignidad en una entrevista radiofónica: media docena para apartarle del micrófono y otra media para reducir a patadas a Carlos Alsina. Al locutor se le ocurrió la temeridad de responder al presidente recordándole unas líneas de la Constitución, en concreto el punto 2 del artículo 11, que asegura que ningún español de nacimiento podrá ser privado de su nacionalidad, a menos que él renuncie a ella. "¿Y la europea?" preguntó Mariano después de una pausa aterradora, arrugando la cara de tal modo que parecía que buscara en la mesa el botón del comodín del público. "La europea la tienen porque tienen la nacionalidad española". Con una sola pregunta, todo un señor presidente se hizo un marmitako de nacionalidades, países y continentes. Y de repente millones de españoles comprendimos que Onda Cero se llama así por algo.

También comprendimos, una vez más, que don Mariano no iba a defraudarnos. Poco antes había soltado una de esas sentencias suyas que hay que frotarse las orejas para creérselas: "Cataluña tiene una historia que no la tienen otros. Y otros tienen una que no tiene Cataluña". Parece una frase descartada de los diálogos de Forrest Gump por inverosímil. Claro que la culpa no es suya sino del jefe de campaña que ha decidido sacarlo a pasear y también del aparato de seguridad presidencial, que dejó al presidente solo y desarmado frente a un periodista. Alguien debería haberle dicho que no todos los locutores de radio son Carlos Herrera. Habría sufrido menos daños disfrazándolo de toro y dejándolo correr en Tordesillas.

Probablemente alguien le advirtiera del peligro de los micrófonos, pero Mariano no hizo caso y allá que fue, derechito otra vez a los hilillos, los inversobres, viva el vino, no entiendo mi letra, ETA es una gran nación y la segunda ya tal. Por algo, tras el barcenazo, lo mantuvieron en cuarentena, aislado de cualquier contacto con la prensa, y las declaraciones posteriores se emitieron a través de una pantalla de plasma, seguramente en diferido y en forma de simulación. Porque en directo pasa lo que pasa.

Lo terrible no es que Mariano haya batido su propia marca de hacer el ridículo, que ya era difícil. Lo terrible es la cantidad de asesores, abogados y especialistas que habían insistido una y otra vez en el escenario de los catalanes exiliados de la Unión Europea, de la ONU y hasta del planeta Tierra, y no habían previsto ese pequeño detalle de la Constitución. En ese segundo de estupor ("¿Y la europea?"), de infinito ridículo e infinito bochorno, caben los cuatro años de desgracia que llevamos padeciendo: el señor presidente de un país que le pregunta a un locutor por la nacionalidad europea, como si existiera tal cosa. Era el mismo día en que el cardenal Cañizares, arzobispo de Valencia, convocó una vigilia en la catedral para rezar por la unidad de España. Hasta Dios se debe de estar descojonando.

 

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