Punto de Fisión

Jonah Lomu, muerte de héroe

Lo he contado ya: según la tradición de los All Blacks, Lomu heredó la camiseta estampada con el número 11 de manos del gran John Kirwan, aquel fabuloso ala rubio, estrella del primer mundial de rugby, al que llamaban "El Caballo". Kirwan y Lomu se parecían únicamente en la altura, en el coraje y en la velocidad. Kirwan, rubio, pálido y delgado, un avatar británico transplantado a la lejana Nueva Zelanda; Lomu, un maorí de pura raza, moreno, musculoso y rapado al cero. "Ahora te toca ser el mejor All Black que jamás haya vestido esta camiseta", le dijo al entregársela. Emular las galopadas de "El Caballo" por el campo era una tarea casi imposible, pero increíblemente Lomu lo logró.

La llegada de Lomu marca una línea divisoria en la historia del rugby. Antes de su irrupción fastuosa y brutal, la posición de ala estaba destinada a jugadores ágiles y rápidos, generalmente pequeños, capaces de culminar un ensayo zigzagueando entre las moles impenetrables de los defensas rivales. Lomu, aprovechando que tenía la corpulencia de un tercera línea e incluso de un talonador, prefería llevárselos puestos, arrollándolos de uno en uno o de tres en tres. Medía casi dos metros y pesaba unos ciento veinte kilos pero era capaz de desplazar esa masa a una velocidad escalofriante: cien metros en doce segundos. Detenerlo era como intentar parar un tanque. En el que tal vez sea su partido perfecto, la semifinal que jugaron los All Blacks contra Inglaterra en 1995, Lomu marcó cuatro ensayos soberanos y en uno de ellos se llevó por delante nada menos que a Mike Catt. Eso da una idea de la hazaña asombrosa que fue la victoria de los Springboks sudafricanos después de décadas de apartheid, cuando, en una final áspera y extenuante, consiguieron frenar en seco a Lomu y al resto de aquella mítica armada de los All Blacks.

Porcentajes, números y estadísticas coinciden en señalarlo no sólo como el hombre que cambió para siempre la fisonomía del jugador de ataque sino también como el que popularizó el rugby a nivel mundial. Hace poco, una revista especializada lo puso en primer lugar entre los cincuenta jugadores más importantes del último medio siglo, en una lista gloriosa que incluía, entre otros, a David Campese, a Jonny Wilkinson, a Christophe Dominici, a Gavin Hastings y a Bryan Habana. Protagonizó también dos anuncios de Adidas que son auténticas obras de arte. En el primero, recogía un enorme pez que agonizaba en la calle, lo transportaba saltando entre el tráfico, entraba en un túnel de lavado para ayudarle a respirar, embestía una camioneta y ensayaba al borde del muelle para arrojarlo al mar. En el segundo, filmado cuando ya estaba muy enfermo, se dibujaba en conmovedores monigotes el martirio de su síndrome nefrótico, el transplante y la dolorosa recuperación.

Fue el Aquiles del rugby, invencible, hermoso y poderoso; más allá de los ensayos, las marcas y victorias, verlo lanzarse a todo tren por el campo, esquivando acometidas, arrastrando delanteros y derribando murallas humanas, era un espectáculo que henchía de vida el corazón. Pero, al igual que Aquiles, tenía un punto flaco en su musculatura de dios griego. Al igual que Aquiles, un flechazo por la espalda lo retiró de la batalla muy joven, aunque la muerte ha tardado doce años más en completar el placaje. Hay muchas leyendas, todas ellas apócrifas, de por qué los All Blacks visten de negro de arriba abajo. Hoy sabemos por qué.

https://www.youtube.com/watch?v=OsXTa7UCGlk

 

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