Punto de Fisión

Decapite pero seguro

Ban Ki-moon, secretario general de la ONU, está "profundamente consternado" por la reciente ola de decapitaciones en Arabia Saudí. "Consternado" es una palabra escogida con mucho cuidado, tal vez para no irritar a los príncipes saudíes; suena a constipado de ternura, a tirón de orejas ético.

-Hemos batido nuestro propio record de decapitaciones.

-Estoy profundamente consternado.

-Pues tómese un té.

En la ONU la consternación llegó a tal extremo que en septiembre nombraron a un saudí, Faisal Bin Hassan Trad, presidente de una comisión de expertos independientes en el Consejo de Derechos Humanos. Cortar cabezas, azotar disidentes, violar niñas, tratar a las mujeres como basura son derechos humanos fundamentales en Arabia Saudí. En junio se hizo pública una oferta de trabajo que ofrecía ocho puestos públicos de verdugo para decapitaciones y mutilaciones públicas. En agosto fue liberado bajo fianza Fayhan Al Gamdi, un célebre telepredicador cuya hija de cinco años, Lama, ingresó en el hospital con el cráneo aplastado a golpes, un brazo y varias costillas rotas. El padre temía que su hija hubiera perdido la virginidad y para ello la sometió a un tratamiento de choque que incluía bastonazos, descargas eléctricas y un examen ginecológico a fondo. A resultas de todo ello, la niña falleció tras pasar cuatro meses en coma y el clérigo fue acusado de homicidio y violación. Casi cuatro años después, un tribunal dictaminó que no intentó violarla sino que se le fue un poco la mano con la disciplina. Cosas que pasan en Arabia Saudí.

El mundo se estremeció hasta el tuétano cuando se difundieron las imágenes de las degollinas del Estado Islámico perpetradas por un matarife encapuchado conocido como el "yihadista John". Según informaciones recientes, John murió en un ataque con drones realizado por fuerzas estadounidenses sobre la ciudad de Raqqa. Había una recompensa de nueve millones de dólares por la cabeza de John, un hombre que se equivocó no de hobby sino del país donde practicarlo. Si en vez de irse a Siria con un cuchillo, John se hubiese presentado a las oposiciones a verdugo en Arabia Saudí, le hubieran dado un alfanje y hoy estaría descabezando personas con un contrato fijo, sueldo y felicitaciones de la comunidad internacional. Salvo Ban Ki-moon, al que consternan profundamente estas costumbres. Además, como en Irán son más de ahorcar que de decapitar y como, en la última tanda de 46 descabezados en Arabia Saudí había un clérigo chií -Nimr Baqr al Nimr-, la relación entre los dos países se ha deteriorado un poco. Seguro que rodarán cabezas.

En el mundo occidental pulula la creencia de que el islam, tarde o temprano, conocerá su ilustración, que un día no muy lejano llegarán sus enciclopedistas, filósofos, ideólogos y revolucionarios; entonces allí descubrirán también los derechos humanos, abolirán la teocracia, sacarán a la religión de los asuntos públicos y la arrinconarán en el cuarto oscuro de la vida privada. Es una suposición tan arraigada como arriesgada, ya que no hay la menor certidumbre de que la historia siempre marche hacia delante, no digamos ya la idea absurda de que el progreso tenga que ser universal. Cuando Mario Muchnik le dijo a Italo Calvino que esperaba con ansia otro libro de la categoría de El barón rampante, el gran escritor italiano replicó: "¿Y dónde dice que yo tenga que escribir cada vez mejor, eh? ¿Y si resulta que es al revés, que cada vez voy a escribir peor?" Algunos de sus últimos libros (El castillo de los destinos cruzados, Palomar) confirmaron ese temor, del mismo modo que Arabia Saudí o Afganistán cada vez están más lejos de Averroes, de Avicena y del esplendor del Califato de Córdoba.

 

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