Punto de Fisión

Ana Mato, homeópata

Boiron, una multinacional que lleva décadas forrándose a costa de vender caramelos gongorinos, acaba de reconocer que no sabe cómo funcionan exactamente los medicamentos homeopáticos. La frase, como los prospectos de Boiron, incluye varias patrañas, entre las más gordas, que los medicamentos homeopáticos no funcionan y que ni siquiera son medicamentos. Aun así sigue habiendo montones de creyentes en esta pseudociencia basada en las disoluciones sucesivas de una sustancia, algo así como el milagro de las bodas de Caná pero con jarabe para la tos. Sería muy bonito que fuese verdad, pero los únicos milagros de Boiron que realmente funcionan son los de las cuentas corrientes de sus directivos.

Antes de ponerse estupendos, de acaparar titulaciones y de ocupar un estante en las farmacias, los antecesores de los homeópatas solían viajar en un carromato tirado por un borrico y se paraban en los pueblos a vender botellas de un crecepelo milagroso que curaba la neumonía, la gripe, la tos ferina, la impotencia, el mal de ojo y el desprendimiento de sobaco. El bálsamo se podía administrar tanto a las personas como a los animales y, en caso de necesidad, también servía para quitar manchas. Lo habitual es que el líquido en cuestión no fuese más que agua embotellada con un toque de licor, pero el buhonero llevaba un enfermo adjunto que resucitaba apenas ingería el brebaje. Era un método poco científico pero funcionar, funcionaba. Vendía las existencias y se marchaba sin contar los billetes y sin quedarse a esperar los resultados.

La creencia en la homeopatía está tan extendida en nuestro país que el PP ganó las pasadas elecciones gracias a un ejercicio homeopático mediante el cual hicieron creer al grueso de la población que la habían salvado del desastre económico propiciado por el anterior gobierno mediante la rigurosa aplicación de otro desastre de similares proporciones. Este efecto placebo está basado en el principio de "lo similar cura lo similar" y para ello colocaron al frente de la operación a Luis de Guindos, un hombre que estaba al frente de Lehman Brothers en la península en la época de la gran estafa, del mismo modo que Mario Draghi, actual mandamás del Banco Central Europeo, era vicepresidente de Goldman Sachs en Europa por las mismas fechas.

Aquí el furor por la homeopatía llegó al extremo de nombrar ministra de Sanidad a Ana Mato, una buena mujer a la que le crecían los deportivos en el garage y los billetes de avión en el monedero igual que a mí la calvicie en la cocorota. En sí misma, la ministra era un poltergeist certificado, una errata que aparecía en el entierro de un misionero repatriado con ébola para hacerse una foto y luego desaparecía en medio de la crisis sanitaria más grave de los últimos años, cuando anunció que el contagio no era fácil antes de echarle la culpa a una enfermera. Al final dimitió, aunque no por la crisis del ébola sino por culpa de un juez que no paraba de escarbar donde debía, y aseguró que lo hizo "para no perjudicar al gobierno, a Rajoy ni al PP". De España no dijo nada. En concepto de indemnización por los servicios prestados, Ana Mato va a empezar a cobrar 3.000 euros al mes sólo por diluirse en su propia sustancia y estarse quietecita en su envase. Parece mucho dinero, sí, pero creo que nos sale barata.

 

Más Noticias