Punto de Fisión

Minusválidos de mierda

En un centro de Educación Especial de Fuenlabrada han aparecido unas pintadas inquietantes presididas por la esvástica. "Minusválidos de mierda". "Todos a la cámaras de gas". "Muerte a los niños de las sillas de ruedas". "Hail (sic) Hitler". "Tontos, mongólicos, retrasados". La última pretendía ser un insulto aunque más bien parecía una firma. El síndrome de Down es una enfermedad, pero la maldad y la ignorancia son algo mucho peor. Los nazis odiaban lo que ellos consideran seres inferiores, ya fuesen judíos, homosexuales, eslavos, enanos o enfermos mentales. Entre las minorías que fueron a parar a los hornos del Holocausto hubo también muchísimos discapacitados, puesto que, en sus delirios megalómanos por mejorar la especie mediante la eugenesia, los nazis pensaban que la eliminación de estas criaturas era beneficiosa para la humanidad.

He escrito el verbo odiar en pasado, aunque por desgracia los nazis siguen odiando en presente, en futuro, en indicativo, en imperativo, en subjuntivo y en condicional. En Austria, patria de Hitler, han estado a punto de ganar las elecciones. En Alemania, el AfD (Alternativa por Alemania) exhibe sin el menor pudor un ideario xenófobo a poco más de medio siglo de Auschwitz. De la mano de Marine Le Penn, el Frente Nacional sigue creciendo en Francia. El pasado sábado un grupo de neonazis salió a protestar contra la inmigración por las calles de Madrid en una manifestación autorizada por la delegada del gobierno en Madrid, Concepción Dancausa.

Tan insólito como el permiso dado para que dichos especímenes patearan las calles de la capital (aunque no tan insólito dada la ascendencia falangista de la buena señora y dado el pedigrí ideológico del partido al que pertenece) fue su escasa participación: apenas un centenar de integrantes que cabían perfectamente en un par de autobuses y varios taxis. Sin embargo, lo que cuenta ante el fascismo no es el auge de la barbarie sino la indiferencia de la buena gente. Como advirtió Edmund Burke: "para que triunfe el mal basta que los hombres de bien no hagan nada".

La salud de una sociedad, como la del cuerpo, no se cuenta por el número de órganos sanos sino por la cantidad de ellos que están enfermos. Y hay que estar muy, pero que muy mal de la cabeza como para permitir a unas alimañas clamar tranquilamente contra los inmigrantes, los que son de fuera, los que parecen distintos, los que tienen otras creencias y otro color de piel. Tan enfermo como para ver una simple chiquillada en una esvástica exigiendo la muerte para los niños en sillas de ruedas y las cámaras de gas para los minusválidos. En Rinoceronte, la magna fábula teatral de Ionesco sobre el embrujo del fascismo, los ciudadanos, que al principio los temen, se van transformando uno tras otro en rinocerontes, deslumbrados ante la impunidad de la fuerza bruta y el esplendor de la bestialidad. Cada una de estas señales nos anuncia que una de las peores pesadillas del siglo XX lleva camino de repetirse aunque aquí no hay peligro de que el fascismo vaya a volver, porque nunca se fue.

 

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