Punto de Fisión

Juego de Tronóos

Muchas veces se critica el nivel subterráneo de las teleseries españolas, un país que en tiempos echó a la pantalla maravillas del calibre de Los gozos y las sombras o Historias para no dormir, pero que últimamente anda bastante alicaída con guerreros ninja en el Siglo de Oro y gilipolleces así. Sucede, sin embargo, que este país, pionero en el arte de la novela con el Lazarillo y el Quijote, se ha embarcado antes que ningún otro en la aventura de la no ficción. Las grandes teleseries españolas no están en la pantalla sino fuera de ella, en la realidad.

No hay más que echar un vistazo a los periódicos. Los Estados Unidos cuentan con la HBO, la AMC y la FX Networks entre otras muchas productoras, pero ni siquiera todas juntas alcanzan a rozar la imaginación y el poderío del PP, ese fabricante de culebrones que produce tramas corruptas al mismo ritmo y desparpajo que el sobaco de un churrero. El caso Bárcenas, el caso Palma Arena, la trama Gürtel, la trama Púnica, las tarjetas Black, el caso Troya, el caso Umbra, la operación Pokemon, el caso Campeón, el caso Faycán, el caso Catys, la trama Aquagest -por nombrar sólo algunas de las más celebradas- han dado lustre y fama a la productora de Génova hasta el punto de que el público español ha pedido más temporadas. De momento, cuatro años más.

No es nada fácil elucubrar las razones de tal éxito. Por un lado destaca la profundidad de sus personajes, con villanos tan formidables como Bárcenas, Matas, Miguel Blesa, Ana Mato, Rodrigo Rato, Francisco Granados o Rita Barberá. La última línea de diálogo de esta última vale por treinta y ocho temporadas juntas de Los Soprano, The Wire, Band of Brothers y Mad Men: "No he dormido nada, estoy deseando llegar a Valencia para meterme en la cama". La llega a oír Alan Ball y saca una continuación de A dos metros bajo tierra. En cuanto a The Walking Dead es una mierda pinchada en un palo al lado de la incorruptible legión de corruptos incorruptos del PP.

Por otro lado están los golpes inesperados de guión, tan inesperados que no se los espera nadie, como el hecho de que un ministro del Interior siga tan tranquilo en su cargo después de saberse que utilizaba su despacho para cacerías políticas personales y atender a amiguetes imputados. O -no menos inverosímil- la destreza de un presidente para salir indemne de una asociación probada con criminales mediante el recurso magistral de presentarse al día siguiente a dar explicaciones a través de una pantalla de plasma, como si fuese un presidente de ficción.

Sin embargo, la obra maestra de la no ficción española es Juego de Tronóos, un spin-off del caso Palma Arena que ha dejado en mantillas a su predecesora e incluso al original de George R. R. Martin, cuyos Lannister, Stark, Baratheon y Targaryen no pueden competir con los Borbones ni hartos de vino de Poniente. Mucho frigozombi, mucho dragón y mucho enano listillo, pero desembarcan Froilán y su escopeta en Invernalia y se acaba el problema sucesorio en lo que echa a volar una paloma. Las desdichas de Daenerys son una tontería al lado del martirio judicial de la infanta, una heroína con más paladines que la Tabla Redonda y cuya historia se alarga ya varias temporadas. En el último capítulo hemos sabido que han condenado a Diego Torres a pagar un euro por airear los correos secretos del ex duque de Palma. Nunca tanta diversión había salido tan barata.

 

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