Punto de Fisión

Trump se pasa de Trump

Algunos analistas apuntan a que la estrategia oculta de Donald Trump consiste en perder adrede las elecciones. Si de verdad se trata de eso, hay que felicitarle por el trabajo realizado, aunque le iba tan bien en las encuestas que le va a costar bastante descarrilarlas. A fuerza de pisar charcos y de cruzar líneas rojas, de soltar burradas y de hacer el botarate, el candidato ha traspasado varias veces la raya que separa al actor del personaje. En esos casos el histrionismo no dista mucho de la esquizofrenia.

Hay muchos actores que se excedieron en sus caracterizaciones: Robert DeNiro se metió a taxista en Nueva York para incorporar a Travis Bickle y Dustin Hoffman apareció hecho una toalla usada en la escalofriante escena de la tortura del dentista en Marathon Man. Cuando Lawrence Olivier lo vio tan pálido y demacrado, le preguntó si le pasaba algo y Hoffman le contó que llevaba tres días sin dormir para introducirse a fondo en el papel. "Por favor, Dustin" dijo Olivier sonriendo, "¿por qué no haces como yo? Simplemente actúa". No sabemos si Trump pertenece a la escuela de Olivier o a la de Hoffman, no sabemos si es un Trump clásico o un Trump del método.

A Bela Lugosi, al ir envejeciendo, también se le fue la mano con el personaje de Drácula; en sus últimos años, atiborrado de drogas, le dio por dormir en un ataúd y se perdió en un delirio vampírico, festoneado de candelabros y telarañas. Es posible que esa vistosa ambientación transilvana estuviese motivada únicamente por la miseria. Se dice que sus últimas palabras fueron: "Soy Drácula, el rey de los vampiros, soy inmortal". Acto seguido se murió, y la leyenda añade que en ese mismo instante un enorme murciélago aleteó por los pasillos del hospital y salió volando por una ventana. Lo único seguro es que lo enterraron con su viejo atuendo de Drácula.

El problema de Trump es que no se cree Drácula: se cree Donald Trump, lo cual es mucho peor. El cojín naranja que lleva en lo alto de la cabeza lo ha colonizado hasta los dedos de los pies y le obliga a decir unas cosas rarísimas. Hasta a escribirlas en un libro le obliga. En sus últimas declaraciones, Trump ha rizado el rizo de su permanente capilar al animar a la Asociación del Rifle a que -si Hillary Clinton gana las elecciones y nombra un juez partidario de cambiar la polémica Segunda Enmienda- no se queden quietos, que hagan algo. Esa llamada a la acción a un colectivo que vive permanentemente con el dedo en el gatillo e inmerso en el olor a pólvora suena bastante inequívoca, aunque Trump no especificó si tenían que liarse a tiros con el juez, con Clinton, con la Segunda Enmieda o entre sí. Tampoco sería la primera vez que lo sugiere: en febrero uno de sus asesores, Al Baldasaro, propuso colocar a Hillary Clinton frente a un pelotón de fusilamiento por traidora a su país.

Poco después de matizar su comentario y plegar velas, Trump cruzó otra nueva frontera al declarar que Obama es el fundador del ISIS y Hillary la cofundadora. Por una vez no le falta razón, aunque puesta en los labios de Trump esa obviedad suena revolucionaria. Entre eso y su apoyo incondicional a Putin, cada día que pasa tiene el cojín cerebral más naranja. Está ya a dos verdades de amanecer pelirrojo.

 

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