Punto de Fisión

El bueno, el feo y el taburete

El bueno, el feo y el taburete

La mejor actuación de Clint Eastwood fuera de la pantalla tuvo lugar hace unos cuatro años en una convención republicana, cuando se puso de pie al lado de un taburete vacío y empezó a darle la chapa. Eastwood le iba preguntando sobre el paro, sobre la política exterior, y el taburete no decía ni mu, no le hacía ni caso. Fue un debate igualado y bastante intenso, pero también hubo quienes dijeron que el taburete había ganado de calle y otros que Eastwood lo había dejado para el arrastre.

Supuestamente, el taburete hacía el papel de Obama y en eso la crítica no tuvo dudas: el taburete hubiese sido mucho mejor presidente. Al menos no cometió el error de salirse del papel ni Eastwood tampoco; no sobreactuó, ni abusó de su posición dominante, ni le pegó puntapiés en las patas, ni siquiera se sentó encima. Los taburetes, como todo el mundo sabe, tienen mucho carácter y quizá Eastwood recordara cuántas peleas de bar, en las viejas películas del Oeste, habían comenzado con un taburete partido en el lomo de alguien. Hermann Tertsch, por ejemplo, acabó en el hospital después de enzarzarse a golpes en un garito contra un taburete.

Estos últimos días Eastwood ha decidido mostrar su apoyo incondicional a Donald Trump y lo ha hecho precisamente porque Trump, igual que el taburete, no tiene pelos en la lengua. "Todo el mundo está aburrido de la corrección política" ha dicho, "todo el mundo aburre a todo el mundo". Que la bocaza de Trump sea su mejor baza política no resulta tan inquietante como que sea su única baza política. Tal vez Eastwood pretenda darle un papel de villano y así devolverlo del mundillo de la política al del cine, una operación inversa a la que realizó Ronald Reagan, que primero jodió el séptimo arte, después California y luego ya el planeta. Pensar que Reagan estuvo a punto de hacer el papel de Rick en Casablanca acojona tanto como la crisis de la misiles cubanos.

Eastwood disfrutó de una época gloriosa como director a comienzos de los noventa, donde encadenó tres obras maestras (Cazador blanco, corazón negro, Sin perdón y Un mundo perfecto), aunque su filmografía posterior (Mystic river, Million Dollar Baby, Gran Torino) está absurdamente sobrevalorada. Como actor no está tan bien considerado. El gran Sergio Leone, que lo llevó al estrellato en la Trilogía del Dólar, definió su registro dramático con bastante precisión: "Tiene dos expresiones: con sombrero y sin sombrero". Enojado, Eastwood decidió demostrarle que se equivocaba y empezó a actuar sin sombrero. Varias décadas después empezó a actuar con taburete.

En ocasiones el artista y el hombre no suelen coincidir, y en esos casos, cuanto más admires al primero, más lejos hay que mantenerse del segundo. Pasa con Neruda y su hija abandonada; pasa con Borges y su apoyo incondicional a Videla; pasa con Elia Kazan y sus infames delaciones ante el Comité de Actividades Antiamericanas. Entre las biografías de personajes insoportables que yo haya leído, la que Patrick McGilligan dedicó a Clint Eastwood se lleva la palma: hay asesinos seriales que me cayeron más simpáticos que él. Lo de menos son sus opiniones políticas y su ideología de paleto; lo realmente insufrible es su tacañería mitológica, el trato que dispensa a las mujeres y la crueldad con que ciertos amigos y colaboradores son borrados de su vida para siempre a. A Frank Stanley, que fue su cámara en varias películas, lo tachó de la lista después de un accidente de rodaje en la norte del Eiger que estuvo a punto de costarle la vida. De hecho, días atrás, ya se había matado un especialista en la misma montaña. En vez de reincorporarse al trabajo en seguida, Stanley se tomó unas vacaciones en silla de ruedas, y si hay algo que Clint Eastwood no soporta, como ha dicho en su panegírico de Donald Trump, son los mariquitas. Con varios Oscar y unas cuantas obras maestras a su espalda, está en un momento en que se puede permitir cualquier cosa, incluso hacer un western con taburetes.

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