Punto de Fisión

Fraga, Feijóo y la gaita

Existe la creencia generalizada de que Cataluña y el País Vasco son las comunidades autónomas donde el independentismo ha calado más a fondo en la sociedad española. En realidad, el auge de los partidos nacionalistas vascos y catalanes, de derecha y de izquierda, viene a certificar más bien un fracaso que una victoria, un diagnóstico en lugar de un alta, una frustración histórica y no una realidad objetiva. Es obvio que la comunidad autónoma donde el indepentismo ha triunfado a sus anchas es Galicia, y lo ha hecho con tal autoridad que apenas necesita más representación política que el PP.

Siempre ha ocurrido así, al menos desde los tiempos inmemoriales en que Fraga se presentaba de repente acompañado de cien gaiteros y se merendaba una mariscada él solo. Fraga era tan independiente que no hablaba ni castellano ni gallego sino un idioma propio y unipersonal al que los foráneos reaccionaban con alarma y los lugareños con afecto. No se le entendía un carallo, también es verdad, pero para el caso daba lo mismo. Los nacionalistas vascos presumen del euskera como una rareza lingüística que ni siquiera tiene raíces indoeuropeas, sin embargo, lo que mascullaba Fraga ni siquiera parecía de origen terrestre. Era un lenguaje primitivo y tribal más enraizado con la gaita que con cualquier otra cosa. Lo dijo el propio Fraga una de las pocas veces en que se le entendió todo: "Un gallego al que no le guste la gaita muy gallego no es".

Este amor elemental por la gaita es lo que no acaban de comprender los principales candidatos a la Xunta, ni Luis Villares de En Marea, ni Xoán Bascuas de CxG, ni Ana Pontón del BNG, ni Leiceaga del PSG. De ahí que las encuestas publicadas en diarios regionales que dan la mayoría absoluta a Alberto Núñez Feijóo hayan sorprendido a todos ellos excepto al propio Feijóo, que sabe de sobra que una encuesta entre gallegos tampoco hay que tomarla muy en serio. Hasta hace poco tiempo nadie apostaba si Feijóo iba a aceptar la oferta de Amancio Ortega o la de Mariano Rajoy, pero entre una aventura comercial o una odisea textil no había color. Hay que elegir siempre lo más arriesgado y pocas empresas más arriesgadas que una tercera legislatura de Feijóo al frente de la Xunta. No tan arriesgada para Feijóo como para los gallegos.

De ahí que la semana pasada, mientras Galicia seguía ardiendo por los cuatro costados, Feijóo prometiera un parque acuático en Orense. Meter a la población amenazada en una piscina: eso es una política antiincendios cabal y no dotar a las escuadras de bomberos de mangueras y doble ración de bocadillos. El discurso electoral de Feijóo recordaba las mejores páginas de Cunqueiro, de Cela, de Wenceslao Fernández Flórez y de Torrente Ballester. La promesa emocionó a los orensanos tanto como una salida al mar: algunos casi se pusieron a levitar al estilo de Castroforte de Baralla cuando sus habitantes entraban en trance. Si -como auguran los pronósticos- Feijóo arrasa en las elecciones lo mismo que otro incendio forestal, quedará demostrado no sólo que Fraga sigue tocando la gaita desde el más allá sino que se le oye mejor cada día que pasa.

 

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