Punto de Fisión

Back in black

En uno de los episodios más chuscos de ese inmenso pozo séptico que fue la gestión de Caja Madrid, el hijísimo de José María Aznar y Ana Botella le reprochaba al presidente de la caja de ahorros, que la entidad no hubiese aflojado 54 millones de euros por la compra de obras del artista Gerardo Rueda para financiar la fundación de un museo personalizado en la capital. El intercambio de correos entre ambos -que tuvo lugar hace ya siete años y fue hecho público hace tres- demuestra el nivel de nepotismo, compadreo y fetidez que imperaba en la institución en sus años finales, antes de metamorfosearse en Bankia. José María Aznar Botella le recriminaba su negativa a Blesa con una familiaridad que evocaba el banco del colegio que compartió junto a Jose Mari padre: "Con los pelos que se ha dejado por ti y han sido muchos, me parece impresentable lo que has hecho o no has hecho". Se refería, claro está, a los pelos del bigote.

Tal vez lo más impresionante sea la dignidad con la que Miguel Blesa salió incólume de este bochornoso episodio con una sola frase, sobre todo teniendo en cuenta la que demostró años después: ninguna. "No es mi cortijo" escribió, refiriéndose a Caja Madrid. En cierto modo no lo era, al menos no sólo suyo, puesto que ahí metía mano todo dios, de izquierda a derecha y del primero al último, desde el sindicalista Francisco Baquero Noriega (representante de CC OO que se fundió 266.440 euros en tarjetas opacas) y José Antonio Moral Santín (vicepresidente, catedrático de Economía y diputado de IU, que hizo lo propio con 456.500 euros) hasta los grandes paquidermos del desfalco, Ildefonso Sánchez Barcoj, Rodrigo Rato y Miguel Blesa.

En el juicio que da comienzo en la Audiencia Nacional hoy se sientan en el banquillo los principales directivos y consejeros responsables del saqueo de más de quince millones de euros. Son 66 imputados, lo cual da una buena aproximación al número de la Bestia. En la sala se oirán a menudo restallar sintagmas escandalosos como "administración desleal", "apropiación indebida" o "fondos buitre". Sin embargo, lo que está en juego aquí no son tanto unos comportamientos delictivos o una desvergüenza generalizada sino un modo de hacer las cosas que ha sido y es la marca de la casa en buena parte de la banca española, una codicia y una inmoralidad que vienen de muchas décadas atrás y que continúan arraigadas en lo más profundo de nuestro sistema financiero.

Más allá de las ideologías, el caso de las tarjetas black revela que la célebre crisis de 2008 fue, más que una crisis, un apogeo del capitalismo en su más pura expresión: arramblar con el dinero público, robar a los pobres para dárselo a los ricos en una inversión perfecta del mito de Robin Hood. Por debajo de la economía, que funcionaba a toda máquina, descarrilaban la ética, la justicia y la legalidad, entre cacerías de elefantes y compras en supermercados, entre jueces defenestrados y correos de hijos de papá.

 

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