Punto de Fisión

El muerto en el entierro

El niño en el bautizo, el novio en la boda y el muerto en el entierro. Pocas veces le habrá calzado a alguien ese dicho que critica el exceso de protagonismo mejor que al presidente del gobierno en el funeral de Rita Barberá, al cual los familiares de la difunta habían pedido expresamente que no acudiesen representantes políticos. Pero la necrofilia está instalada en las raíces del PP hasta tal punto (tienen un par de gaviotas carroñeras como lema, aunque no se descarta que en breve las sustituya un buitre), que Mariano no supo resistirse y se desplazó a Valencia en persona, con lo fácil que hubiera sido mandar una tele de plasma.

Seguramente los asesores pensaban que un entierro era el lugar idóneo para que Mariano demostrara de una vez por todas que no está muerto. Eppur si muove, susurraron discretamente algunos jerarcas valencianos. Varios meses de inmovilidad hacían suponer lo peor, pero en ese tiempo el presidente en funciones de cadáver dijo algunas frases que desmentían el rigor mortis, al estilo del señor Valdemar, que también estaba incorrupto hasta que se pudrió del todo en cuestión de minutos. Entre las frases inolvidables de Mariano destacan con luz propia unas declaraciones de mediados de septiembre, cuando cortaron el nudo gordiano de Rita Barberá como lastre para ascender a la atmósfera naranja de Ciudadanos: "Ya no es militante del PP. No tengo ninguna autoridad sobre ella". Sonaba como si fuese un animal rabioso que había que sacrificar o una pistolera enloquecida que actuaba por su cuenta, sin ningún control. Javier Maroto fue incluso más explícito: Rita Barberá no tiene dignidad". Rita iba de bofetón en bofetón como Julio César de puñalada en puñalada, hasta que Pablo Casado en el papel de Bruto expectoró su asco en forma de logaritmo: "En política hay que saber cuando se suma y cuando se resta".

Exiliada de su hogar natural, Rita Barberá recaló en el grupo mixto como el jamón york en el sandwich, soportando el desprecio de sus camaradas, quienes le hurtaban el saludo en los pasillos y ni siquiera respondían sus llamadas. En la apertura de la XII Legislatura, llegó a acercarse a Margallo para recriminarle afectuosamente el vínculo perdido: "Margui, que no me has saludado". Como si Margallo no supiera de sobra que el saludo se lo había negado él. Al parecer, en sus mensajes, Barberá se quejaba del abandono de sus antiguos colegas y les recordaba los sacrificios que había hecho por ellos. El último, morirse en un momento muy oportuno, restarse a cero, para cuadrar la operación aritmética que le exigió Pablo Casado.

Ahora que está difunta y no puede defenderse, su entierro ha resultado todo un éxito. "He venido como amigo que fui de Rita más de 30 años" dijo Mariano para explicar que no venía en funciones de presidente sino de amigo incondicional. Lo otro -el desprecio, el silencio, el vacío, los desplantes- no fue nada personal: sólo negocios. Antonio Cañizares, cardenal arzobispo de Valencia, terminó de arreglarlo con un sermón de los suyos donde pidió que fuese llevada "al juicio de Dios, el único verdadero y justo". El sainete degenerando en auto sacramental. Si Berlanga y Azcona no se hubieran muerto hace años, se habrían muerto otra vez, de risa, al ver que la realidad supera cualquiera de sus ficciones. Creí que la decapitación de Pedro Sánchez en Ferraz era el espectáculo más inmundo que había visto jamás durante los muchos años que llevo de cronista político hasta que se ha montado este esperpento funerario a la española.

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