Punto de Fisión

La firma de Cristiano

Los escritores tenemos que soportar la competencia laboral desde cualquier tipo de estamento: presentadores de televisión metidos a novelistas, políticos lanzados a historiadores de sí mismos, cómicos quitándole el pan a columnistas, y todo así. Se supone que, puesto que todo el mundo está más o menos alfabetizado, cualquiera es capaz de escribir, así, en plan intransitivo, de modo que los editores recurren a jetas conocidas de antemano para ir ahorrando trabajo. Además, por culpa de la imagen distorsionada que da el cine y la televisión, la inmensa mayoría del público cree que los escritores vivimos en vacaciones perpetuas, alojados en mansiones junto al mar y rodeados de mayordomos, palmeras y copazos.

W. W. Beauchamp, el sufrido plumífero de Sin perdón, es uno de los pocos escritores de ficción que muestra la dureza del oficio. Para sobrevivir, el pobre hombre va cambiando el estilo y la perspectiva de sus crónicas según van cayendo los balazos. Lo cual resulta una premonición bastante aproximada de los vaivenes del periodismo. Beauchamp no sólo muda de biografiado en biografiado como una garrapata de perro en perro sino que, cuando le preguntan cómo se gana la vida, tiene que escuchar siempre la misma respuesta: "¿Qué escribes? ¿Cartas?"

El intrusismo laboral en la literatura ha llegado ahora hasta el fútbol, un deporte que se juega con los pies, excepto Ramos y otros especialistas, que también emplean bastante la cabeza. La empresa Panini America le pagó 163.188 euros a Cristiano Ronaldo sólo porque firmase mil cromos y 46.625 euros a Neymar por firmar seiscientos. Es decir, que el brasileño cobró cerca de 78 euros por firma mientras el portugués casi el doble, 163 euros. Es mucho dinero por una única firma, da miedo pensar lo que podría llegar a cobrar Cristiano el día en que se decidiera a escribir una novela o una autobiografía por entregas.

No es nada fácil firmar mil cromos, lo sé porque yo tenía un lector que me compraba los libros por centenares para regalarlos a sus amistades. Tenía que firmarlos uno por uno, con una dedicatoria personalizada a cada uno de ellos, y lo hacía encantado aunque tardaba varias horas y acababa con la mano acalambrada. De manera que me imagino a Cristiano o a Neymar calentando las muñecas en la banda, soplándose los dedos y llamando al masajista cada vez que les diera un tirón en el dedo gordo. En Más Bech, el segundo tomo de la hilarante trilogía de John Updike dedicada a un imaginario novelista, Henry Bech es invitado a firmar una edición exclusiva de una de sus novelas para una poderosa compañía petrolera. En total, 28.500 ejemplares a un dólar cincuenta por página firmada. Un verdadero dineral. Bech se traslada a un centro hotelero en una isla del Caribe dispuesto a cumplir el encargo. Empieza bien, gastando unos cuantos bolígrafos y firmando miles de ejemplares al día pero poco a poco se atasca, empieza a distraerse con los mojitos y las playas, hasta que el bloqueo del escritor le alcanza de una forma inesperada: "Ni siquiera podía escribir su propio nombre". Con un futbolista o un presentador de televisión eso nunca habría ocurrido.

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