Punto de Fisión

Trillo es Trillo

El clímax de la trayectoria política de Federico Trillo llegó en el momento en que gritó "¡Viva Honduras!" ante una nutrida representación del ejército salvadoreño. Fue más o menos lo que los griegos llaman "anagnórisis", es decir, el reconocimiento de un personaje cuya identidad permanecía oculta hasta entonces, como cuando Edipo descubre con horror que ha matado a su padre y se ha casado con su propia madre. A Odiseo lo reconoció primero su perro Argos, que falleció de la alegría, luego su nodriza, después su hijo Telémaco, y así hasta llegar a su mujer, que suele ser la última en enterarse de estas cosas.

En España todos los españoles fuimos Penélope al lanzar Trillo aquel berreo histórico de "¡Viva Honduras!" Abrimos mucho los ojos y ya nada nos volvió a sorprender, ni el euro que le regaló a un periodista, ni el viento fuerte de Levante, ni su visión alternativa de las playas gallegas tras el naufragio del Prestige, en la que no avizoró ni una sola mancha de chapapote. Sabíamos que Trillo era Trillo y además mucho Trillo.

Sin embargo, lo verdaderamente acojonante de Trillo no es sólo que gritara "¡Viva Honduras!" ante los soldados salvadoreños, sino que los soldados respondieran: "¡Viva!" Por un momento les convenció de que realmente servían a la república de Honduras, igual que el día en que relató la captura de un peñasco en medio del mar como si estuviera describiendo el desembarco de Normandía. Aquel día Perejil era la playa de Omaha. La épica está tan imbricada a su ser que no importaba lo más mínimo que lo nombraran embajador en Londres sin tener ni la carrera diplomática ni pajolera idea de inglés. El idioma ya se preocuparía de empapar a Trillo en el desempeño de su cargo, del mismo modo que la realidad se iba adaptando a sus caprichos. A saber la de veces que habrá gritado en una recepción oficial "¡Malvinas argentinas!" o "¡Gibraltar español!" mientras explicaba el asalto a Perejil en un mapa improvisado con canapés.

Cuando el Consejo de Estado reconoció su responsabilidad por la tragedia de los 62 militares españoles que viajaban en el Yak 42, a Trillo tampoco es que le importara mucho. Al fin y al cabo, el Consejo de Estado había tardado trece años en aceptar lo que a cualquiera con dos dedos de frente le habría llevado cinco minutos, pero es que digerir a Trillo no es, como diría Mariano, "cosa menor". De hecho, la prosa con que elaboraron el dictamen cuenta con tales telarañas gramaticales que es difícil concluir si a Trillo lo están recriminando o si lo están disfrazando a base de subordinadas: "Dicho con otras palabras, pudieron ser advertidas circunstancias que habrían llamado a la adopción por los órganos competentes de medidas que pudieran haber despejado el riesgo que se corría". Lo más arriesgado en este galimatías es eso de llamar a Trillo "órgano competente". Dicho con otras palabras, si hubieran tomado la mitad de precauciones para recoger los cadáveres que para suavizar la carga de responsabilidades, a lo mejor no habrían terminado todos mezclados en bolsas a la buena de Dios.

Diversos líderes del PP, desde el ministro de Injusticia, Rafael Catalá, hasta el inefable Juan Ignacio Zoido, se han unido como un solo hombre en una defensa numantina de su querido compañero de armas. La cual, lógicamente, no es más que la continuación de esa lucha heroica que mantienen desde hace años contra la historia, contra la decencia, contra viento y marea y contra la realidad. Qué van a hacer ellos, si para reconocerlos no tienen ni un perrito que les ladre. Pedir perdón un ministro o un ex ministro del PP, cuándo se habrá visto y en qué cabeza cabe. Trillo no es responsable de nada, salvo de ser Trillo, qué culpa tendrá él. ¡Viva Cospedal!

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