Punto de Fisión

La inyección a la banca

Ni ha habido rescate a la banca ni lo va a volver a haber. Según un informe del Tribunal de Cuentas, la gran noticia de ayer es que el célebre no rescate nos ha costado a los españoles 122.000 millones de euros, casi tres mil euros por español, casi medio millón de las antiguas pesetas. No ha habido rescate porque el lenguaje financiero tiene multitud de sinónimos para metértela doblada, de manera que hay que llamar a las cosas por su apodo. En este caso, inyección. Un chute de dinero público en vena a Bankia (antes Caja Madrid), CAM, Catalunya Banc, Banco de Valencia, Abanca, Caixa Sabadell, Caja España, Caja Duero, Caixa Terrasa, Caixa Manlleu, etc. Sale más o menos el doble de la cifra oficial de ayudas hecha pública hace unos meses porque, en las cuentas anteriores, no se incluían las garantías contra pérdidas. Nada, otros 60.000 o 61.000 millones, una minucia. La letra pequeña. Primero dijeron que eran veintitantos mil millones, pero es que las cosas que no suceden al final acaban sucediendo mucho.

Entre las inyecciones y las pérdidas de orina, la banca pública española goza de una excelente mala salud. Es una señorona que bien puede permitirse los batacazos que le dé la gana, puesto que cuenta con un excelente colchón de billetes, por no hablar de seres humanos. Puede permitirse incluso comprar entidades por un euro, pagar sueldos astronómicos a sus caciques, quedarse con hospitales públicos y desalojar a miles de sus familias de sus hogares. La única diferencia entre un mafioso usurero y un banquero es que con el mafioso al menos puedes intentar recurrir a la ley. Con el banquero lo mejor es recurrir a la Virgen de Lourdes. Afortunadamente, tenemos un gobierno que asegura que no ha rescatado a la banca y, ya se sabe, cuando el gobierno dice algo, lo dice. Ellos son más de rescatar las autopistas de peaje de Aznar o los gatillazos de Florentino Pérez. Entre autopistas y florentinos, por ahí anda la historia.

Robin Hood robaba dinero a los ricos para repartirlo a los pobres, pero Robin Hood, todo el mundo lo sabe, era un tonto a las tres, un pobre hombre que no tenía ni puñetera idea de finanzas y que terminó por hundir la economía del bosque de Sherwood. Según los dictados neoliberales, lo que hay que hacer es robar dinero a los pobres para dárselo a los ricos, y por una sencilla razón: porque ricos hay pocos y pobres hay muchos. Ellos apenas lo van a notar, al fin y al cabo, ya están acostumbrados a la miseria, mientras que los millonarios no pueden prescindir de un solo jardinero, una sola camarera, un solo esclavo. Son los millonarios los que dan lustre y gloria a un país, los que levantan el PIB a fuerza de braguetazos, como Emilio Botín, que hasta dio nombre a una artimaña legal urdida a toda hostia por el Tribunal Supremo para evitar que se sentara en el banquillo y que cuando murió, de repente, los periódicos se quedaron sin mayúsculas.

Durante la célebre crisis del 29 corrió la especie de que los inversores y especuladores arruinados saltaban por las ventanas de los rascacielos para imitar la caída en picado de sus gráficos. Es, por supuesto, un mito, puesto que apenas cuatro suicidios entre el centenar largo de tentativas y éxitos de aquel período pueden relacionarse con la crisis. Sin embargo, los banqueros aprendieron la lección: que salten ellos. Dicho en lenguaje popular: que se jodan. ¿No guardas el dinero en el banco para que esté seguro? Pues toma dos tazas.

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