Punto de Fisión

El delito de Zoido

Según la novedosa definición del Ministerio del Interior corro el peligro de que este artículo sea considerado un delito de odio en sí mismo, pero tal y como andan las cosas el mero hecho de abrir la boca ya es un riesgo. En España antes se podía acabar en la cárcel por hacer una obra infantil de títeres, por cantar un rap desafinado o por soltar un chiste de Carrero Blanco, pero ahora incluso te puede pasar por comentar el frío que hace en la calle o la sequía pertinaz que nos asola. Hasta hablar del tiempo se va a convertir en un deporte de riesgo según la neolengua del ministro Zoido, donde un delito de odio es cualquier incidente dirigido contra una persona por cualquier motivo o cualquier circunstancia. Una definición amplia de delito, como se ve, casi tan amplia como la definición de ministro del Interior según los ejemplares que nos gastamos en los últimos tiempos.

En efecto, si uno atiende a la definición de "incidente" tal y como se recoge en el Diccionario de la Real Academia, un delito equivale literalmente a algo "que sobreviene en el curso de un asunto o negocio y tiene con éste alguna relación". Basta que el ofendido en cuestión alegue que sufre un resfriado o que tiene una plantación de tomates devastada por la falta de lluvia para que un inocente comentario sobre las bajas temperaturas o sobre el sol inmisericorde y legionario se transforme en un insultante hervidero de rencor y se presenten dos picoletos en la puerta de casa.

El delito de Zoido -que es como van a bautizar a esta portentosa extensión de la Ley Mordaza- es la correlación lógica y teológica de los desvelos del anterior inquilino en el cargo, el ecuménico y catecúmeno Jorge Fernandez Díaz. Un hombre que habla con la Virgen y le pide a su ángel de la guarda que le busque sitio para aparcar el coche tendría todas las papeletas para ingresar en el censo de Macondo, hasta que uno cae en la cuenta de que lo de García Márquez era realismo mágico. Mágico todo lo que ustedes quieran, sí, pero realismo. Aun con peligro de caer en la herejía maniquea (un delito que cualquier día de éstos vuelve al Código Penal por derecho propio), me atrevería a decir que Zoido es el reverso tenebroso de Fernández Díaz, el contrapeso infernal de esas visiones arcangélicas que lo llevaban, por ejemplo, a la invención del concepto de la frontera elástica para justificar el ahogamiento de 15 inmigrantes bajo una lluvia de pelotas de goma. Donde un ministro ve seres celestiales y mares bíblicos, otro ve pecados inconfesables y crímenes imaginarios. Ponte a discutir tú con un ministro.

El odio, creo que ya lo escribí hace poco por aquí, era uno de los pocos derechos fundamentales de los que disfrutábamos. El ministro Zoido odia tanto el odio -a lo mejor por la rima asonante- que lo ha gravado con impuestos, multas y penas de cárcel. Antes -decía Clint Eastwood en el papel de John Wilson, un trasunto de John Huston en Corazón blanco, cazador negro- se podía odiar gratis a cualquiera y en cualquier parte. Y después añadía que las putas tenían que esconderse para vender lo único que no debía estar en venta, que es el amor. Dudo mucho que la definición de amor se refiera a la actividad mercantil de las putas pero con este gobierno, vete a saber.

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