Del consejo editorial

Defensores y detractores de la Unión Monetaria

 

JUAN FRANCISCO MARTÍN SECO

Hace 12, 15 años quizá, cuando estaba a punto de constituirse la Unión Monetaria, este proyecto contaba en España con defensores (casi todos) y detractores (muy pocos). Los primeros enumeraban las ventajas que se seguirían de su realización: convergencia en las tasas de inflación, homogeneidad en los tipos de interés y desaparición de las
tormentas financieras.

Pues bien, después de 11 años de funcionamiento podemos ya afirmar que ninguna de ellas se ha cumplido. Las tasas de inflación han sido muy distintas entre los países miembros. Valga como ejemplo que, desde la constitución del euro hasta el comienzo de la crisis (2007), los precios crecieron en España 17 puntos más que en Alemania, lo que no debería extrañarnos, ya que ocurrió lo mismo en el pasado con el Sistema Monetario Europeo. Tampoco hay convergencia en los tipos de interés, sólo hay que ver el que se está pagando por los bonos alemanes y por la deuda griega. Las tormentas financieras están, desde luego, ausentes de los mercados de divisas, al contar los países europeos con la misma moneda; pero se han trasladado a los de la deuda pública y privada. No se apuesta en contra de una divisa, pero sí a favor de que el CDS (Credit Default Swaps, la permuta de incumplimiento crediticio) de un país se incremente.

Por el contrario, las previsiones que hacíamos los detractores parecen estar cumpliéndose en su totalidad:
1) que un sistema de tipo de cambio fijo, y tanto más una moneda única, es incompatible con la libre circulación de capitales; 2) que una unión monetaria no es viable sin unión política; y 3) que en momentos de crisis la imposibilidad de devaluar trasladará el ajuste del campo monetario al real con los consiguientes efectos negativos: recesión, incremento del desempleo y reducción salarial. La devaluación empobrece por igual a todos los habitantes de un país frente al exterior, mientras que el ajuste en la economía real arruina principalmente a los trabajadores y a las clases bajas, no sólo frente al exterior, sino en relación con el resto del país, es decir, con los que además se beneficiaron en el pasado del establecimiento de la moneda única. La Unión Monetaria ha servido únicamente para librar a empresarios y banqueros del riesgo del tipo de cambio. Pero ese riesgo, que debería asumirse individualmente en consonancia con los beneficios esperados, se ha hecho colectivo, se ha socializado. Los beneficios no, claro.

Juan Francisco Martín Seco es economista

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