Del consejo editorial

Urgencias electorales

Ramón Cotarelo

Catedrático de Ciencias Políticas

Las crisis son circunstancias complejas en las que se cruzan factores económicos, políticos, sociales y proyectos vitales personales. Comprenderlas, tratar de neutralizarlas y hasta aprovecharlas en el bien común requiere clarividencia, decisión y, sobre todo, temple para no perder la cabeza o, lo que es peor, aprovecharse de ellas pretextando haber perdido la cabeza.

El modo en que Zapatero se enfrentó a la crisis es conocido en sus luces y sombras. Y discutido. Pero nadie parece cuestionar dos aspectos: la crisis es importada (aunque encontrara aquí terreno fértil) y el giro radical del Gobierno en mayo de 2010 con sus medidas impopulares probablemente salvó a España de seguir el rumbo de Grecia, Irlanda y Portugal. Probablemente.
Seguro es que aquel giro provocó el reciente batacazo electoral, el comienzo del 15-M y permitió que una oposición sin programa conocido ni liderazgo claro, minada por la corrupción, endureciera su boicot al Gobierno, enrocándose en una petición de elecciones anticipadas que, si hace un año era arbitraria, hoy, cuando las ordinarias están en puertas, es ridícula.
Así pues, habiendo tomado las medidas políticas y económicas que la situación requiere, con un horizonte de recuperación débil, sí, pero real y a menor coste que los demás, introducir un nuevo elemento de incertidumbre pidiendo elecciones ya sólo puede ser un intento deliberado de impedir que las medidas den frutos y la situación se estabilice, y embarcar al país en meses de zozobra que no por breves serán menos devastadores. ¿O cree alguien que los temibles mercados perderán la ocasión de seguir atacando la nave aprovechando el cambio de guardia?
Que la oposición, tan falta de crédito como el Gobierno, pero ignorante además de la situación real, acoja con satisfacción semejante disparate (que viene en su socorro, ocultando así su falta de alternativa real) es cosa comprensible. Que ese empeño cuente con la ayuda de sectores de opinión en quienes cabía esperar mayor sensatez y temple no lo es. Salvo que estén movidos por la oscura esperanza de una alternancia favorable o un afán destructivo que sólo cabe entender como el paroxismo de la prepotencia y el engreimiento.

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