Del consejo editorial

Palestina y la ONU: una vez más

PERE VILANOVA

Catedrático de Políticas

El presidente de la Autoridad Nacional Palestina (ANP), Mahmud Abbas, sigue su gira internacional para recabar apoyos a favor de que Naciones Unidas proclame en septiembre un Estado palestino, y aunque fuera a título simbólico, "con las fronteras internacionales de 1967". Y estos días ha recalado en España, donde algún miembro del Gobierno le ha recibido, y donde ha podido visitar la sede de la Unión por el Mediterráneo (UpM) en Barcelona. No deja de ser curioso que la UpM, aparentemente en fase de resurrección, reciba como primer huésped al líder de una las partes que en teoría tenían paralizada la anterior versión de la UpM, pues era versión oficiosa que esta no funcionaba "por culpa del conflicto israelo-palestino". La verdad es que no funcionaba por méritos propios.
Pero aquí el asunto es el del Estados palestino. Que los palestinos tienen derecho a ello, a estas alturas, no lo discute nadie, ni siquiera Israel, aunque se atrinchere en que "ahora" no es el momento, pues se trata de una negociación bilateral y toda ingerencia externa "es perjudicial". Mientras, sigue expandiendo sus asentamientos y culmina su Muro. En teoría el guión es previsible: esa propuesta no parece que vaya a superar el veto de Estados Unidos en el Consejo de Seguridad de la ONU, y por tanto no habrá Estado palestino. Pero esta vez el guión tiene una variante: aunque una votación en la Asamblea General no sea jurídicamente vinculante, un resultado abrumador a favor de un Estado palestino dejaría al Consejo de Seguridad –y sobre todo a aquel de sus miembros que haya ejercido el veto– en una posición delicada. Por primera vez en muchos años, el Gobierno israelí está preocupado –y puede estarlo–, porque si, pongamos por caso, 120 países votan a favor, eso no se puede disimular. Para la Administración Obama es también un campo de minas: haberse comprometido a fondo para revitalizar un proceso de paz que tiene como principal obstáculo a Netanyahu y fracasar es un escenario que lleva a Obama a acabar haciendo de George W. Bush. ¿Y la Unión Europea? Mal, gracias, pues lo peor sería que, en busca de un consenso imposible, ninguno de sus miembros se atreviera a mover ficha. De la abstención al ridículo: un paso, y bien corto.

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