Del consejo editorial

La única solución

Juan Francisco Martín Seco

Economista

Ante la nueva ofensiva desatada estos días contra las deudas española e italiana, resulta patético que lo único que se le ocurra decir al portavoz del PP sea que el culpable es Zapatero. Patético resulta también escuchar al portavoz del Gobierno jactarse una vez más de que han hecho las reformas necesarias, y que aún van a instrumentar más medidas, como si la solución estribase en ellas. Poco les importa a los llamados mercados, y a quienes los controlan, el déficit público, la reforma del mercado laboral o la reducción de las pensiones. La prueba más evidente es que, si en mayo de 2010 la prima de riesgo de España se situaba en 130 puntos básicos, hoy, después de las reformas, ronda los 400. E igual evolución han sufrido las de Grecia, Irlanda, Portugal o Italia. El juego se realiza en otro terreno.
Nos movemos en unos mercados en los que la mayoría de las operaciones no obedecen a transacciones reales sino a simples envites. Mediante los CDS, los especuladores apuestan a la subida de la prima de riesgo de los bonos, al tiempo que su intervención en el mercado provoca esa misma subida. Saben que los países miembros de la Eurozona están incapacitados para actuar, y que la Unión Monetaria (UM) es presa de sus contradicciones. La ganancia resulta segura mientras no haya una fuerza que se les oponga.
La solución no se encuentra en los ajustes, ni en los rescates, ni en los créditos entre países; radicaría en que el Banco Central Europeo actuase como un verdadero banco central, y mostrase su predisposición a comprar toda la deuda pública que fuese necesaria para desanimar a los especuladores, haciéndoles temer que sus ganancias se pueden convertir en pérdidas. Esa es la política seguida tanto por EEUU como por Inglaterra. El euro tal vez se depreciaría, pero ello, lejos de ser negativo, tendría un efecto positivo sobre la economía europea, y actuaría como una quita silenciosa frente a los acreedores. El problema, sin duda, es Merkel; pero los políticos (tanto del Gobierno como de la oposición) de los países periféricos, en lugar de repetir vaguedades, deberían adoptar frente a ella una postura firme para hacerle comprender que no hay otra vía y que, de lo contrario, se rompe la UM, de la que Alemania es máxima beneficiaria.

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