RAMÓN COTARELO
La decisión personal de Rosa Aguilar, que sus compañeros de formación dicen respetar pero critican acerbamente pone de relieve un problema de fondo en la segunda fuerza de la izquierda española que alguna vez tendrá que afrontar. Se trata de su supervivencia en un sistema de partidos con fuerte tendencia al bipartidismo (excluidos los subsistemas de algunas comunidades autónomas), basado en una fórmula electoral tan desproporcional que ahoga todo intento de articular terceras fuerzas políticas de ámbito estatal.
La decisión –en realidad un acto de transfuguismo en mitad de un mandato–, jurídicamente irreprochable y políticamente no tanto, señala un problema de la izquierda que esta no ha sabido resolver todavía. Izquierda Unida suele presentarse como la izquierda transformadora, pero en democracia sólo cabe transformar la realidad ganando elecciones, legislando con una mayoría parlamentaria y gobernando con apoyo en dicha mayoría. Lo que no sea eso es testimonial.
IU no es una formación con posibilidades reales de formar Gobierno y su única esperanza reside en obtener un número de diputados algo superior al actual que le permita condicionar la política de un PSOE obligado a pactar por no tener mayoría absoluta parlamentaria. Es decir, su esperanza es influir en las decisiones de la mayoría siendo minoría y con un peso que no corresponde a su verdadera representatividad electoral, lo que en lógica democrática tampoco es de recibo.
Todos los sistemas occidentales –el español también– se configuran como una contraposición entre una derecha unitaria (muchas veces capaz de incluir a la extrema derecha, pero no siempre) y una izquierda posible, caracterizada por su moderación, a veces centrismo y hasta cierto oportunismo que juzga que sólo así se pueden ganar elecciones para ir aplicando políticas reformistas. Es el signo de los tiempos y no resulta, por ende, incomprensible que políticos de experiencia y prestigio como Rosa Aguilar quieran incorporarse al caudal de la izquierda que, sin llamarse "transformadora", es la única que está en situación de transformar la realidad, aunque no sea, porque no podría, a gusto de todos.
No obstante, habría sido de desear que la ya ex alcaldesa de Córdoba hubiera hecho su tránsito de modo menos precipitado y con mayor elegancia. Como lo ha planteado sólo es un acto de transfuguismo más. Eso sí, en
las alturas.
Ramón Cotarelo es Catedrático de Ciencias Políticas
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