Del consejo editorial

Libertad y responsabilidad (en la Red)

PERE VILANOVA

Catedrático de Ciencia Política

La noticia está pasando desapercibida entre nosotros, pero no debería. Y aunque pueda parecer anodino, es un debate de fondo. Parece ser que los principales periódicos suecos (Dagens Nyheter, Aftonbladet y Expresen) han decidido restringir severamente o poner fin al anonimato de las intervenciones de los lectores en sus versiones web. El argumento de fondo que esgrimen es que ese anonimato es un abuso de la invocación al libre debate y, por extensión, de la libertad de expresión. Estos periódicos están expresando –y así lo admiten– un malestar de fondo presente en muchos medios de comunicación, y es la proliferación de comentarios racistas, extremistas, insultantes o xenófobos, y la matanza de Oslo y la isla de Utoya, como es obvio, ha colocado el debate un paso más allá. No se trata ya del mal uso –siempre tras el anonimato– de las nuevas tecnologías, se trata de la reacción de alarma social al hecho de que todo estaba en buena parte escrito y anunciado. Estaba, como en el Antiguo Testamento, "escrito en la pared".
Se puede argumentar que el mismo debate surge cada vez que en Estados Unidos hay una matanza –cada año mueren en ese país casi cuatro veces el total de víctimas del 11-S por armas de fuego–, y luego resulta que el o los autores se habían promocionado en internet. No es un debate fácil, que va más allá de los casos claros de incitación o apología de actos criminales. A una escala mucho más modesta, cuesta entender que nuestros periódicos –en sus versiones en papel y en la red– acojan dos estilos de intervención del lector tan diferentes como lo son las Cartas al director y las ventanas de improperios en la versión electrónica. Hagan la prueba cualquier día con cualquier periódico. Las Cartas al director están escritas por autores identificados, respetuosos en la discrepancia, serenos incluso en la protesta. Educados, en suma. Las ventanas interactivas acogen de promedio una astronómica tasa de textos agresivos, insultantes, mal redactados, con escasa relación con el tema del artículo sobre el que opinan y, por supuesto, anónimos tras seudónimos más o menos ocurrentes. Ah, y se pelean entre sí. Los periódicos, un día u otro, tendrán que revisar esa política. Los suecos ya han empezado.

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