Del consejo editorial

Recursos y reconocimiento para el profesorado

CARMEN MAGALLÓN

Directora de la Fundación Seminario de Investigación para la Paz

El comienzo del curso escolar está siendo conflictivo, bien sabemos por qué. Y es que no sólo los recortes presupuestarios están alcanzando también a la educación, sino que

además, y como justificación, se están dando argumentos que erosionan la base misma en la que ha de apoyarse la tarea educativa: el respeto y el reconocimiento del trabajo del profesorado.
Valorar la educación, y no sólo defenderla de manera retórica o, como en esta atmósfera de reduccionismo económico se oye, como una inversión, empieza por conocer y reconocer la tarea del profesorado, desde infantil hasta la universidad. Los profesores no sólo preparan y dan sus clases, sino que también atienden dudas, tutorías, preparan exámenes, los corrigen, se reúnen para evaluar, afrontan conflictos dentro y fuera del aula, se relacionan con las familias, asisten a cursos y congresos para continuar formándose, escriben, impulsan actividades extraescolares... y todo ello en medio de una creciente diversidad de procedencias y contextos sociales del alumnado. Si este trabajo no es reconocido, si la Administración desconfía de sus profesores, si las familias no les apoyan, si, en suma, no hay un reconocimiento social, ¿cómo pueden los alumnos ver en sus profesores un referente de autoridad, una figura a respetar y valorar, una figura educativa? ¿Se puede acaso educar desde la desafección?
Como tantos, me hice profesora por la alta valoración y el respeto que me merecían mis profesores. En la práctica, he podido comprobar la profunda sabiduría que encierra el proverbio africano que cita a menudo José Antonio Marina, y que dice que para educar a un niño se necesita a toda la tribu. Es así. No es posible educar sin una red de complicidades sociales que reconozca, respete y apoye al profesorado.
Los profesores son el alma de la educación. No pueden ser suplidos por máquinas ni reducidos a máquinas de dar clase por horas. Necesitan recursos, condiciones de trabajo dignas y autoridad, sí, pero esta no se logra por ley o imposición. Porque se puede legislar el poder, pero la autoridad ni se impone ni se solicita. La autoridad del educador sólo puede construirse desde el reconocimiento social.

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