Del consejo editorial

Putin anestesia a los rusos

LUIS MATÍAS LÓPEZ

Periodista

Parece mentira que los rusos, con una historia tan rica en intelectuales y revolucionarios con vocación de cambiar el mundo, se dejen anestesiar por un exagente del KGB cuyo gran principio ideológico es mantenerse en el poder a toda costa. El último episodio de la asombrosa biografía política de Vladímir Putin, sólo entendible por el ansia de estabilidad heredada de los años caóticos de Boris Yeltsin, ha sido recuperar la presidencia que dejó en depósito a Dimitri Medvédev. El cambio de cromos, que situará a este último en la Casa Blanca y devolverá al primero al Kremlin, refleja hasta qué punto es ley la voluntad de Putin que, trámite electoral mediante, ejercerá el poder absoluto hasta 2024, un total de 24 años, contando los ocho iniciales en el Kremlin y los cuatro últimos como primer ministro. Es decir, seis más que Breznev y sólo cuatro menos que Stalin.
Más que entusiasmarles, Putin ha adormecido a sus compatriotas, convencidos de que sólo una mano dura e inflexible garantizará un nivel aceptable de bienestar personal (aunque el motivo real sea el alto precio del gas y el petróleo), una estabilidad libre de sobresaltos como los que han marcado su atormentada historia y un peso internacional que, con Gorbachov y Yeltsin, se redujo hasta el límite de la humillación frente a Occidente. Ni siquiera les saca del letargo la intolerable extensión de la corrupción, la inseguridad jurídica, la lacerante desigualdad social, el maltrato habitual al ciudadano por las administraciones públicas y el fracaso de fondo de una gestión económica atada al monocultivo energético.
La sorpresa en las legislativas de diciembre y las presidenciales de 2012 está descartada por completo. Sobre el papel, Rusia es una democracia, pero Putin la ha desvirtuado al laminar la oposición, encarcelar o forzar al exilio a los oligarcas que osaron plantarle cara y controlar férreamente los principales medios de comunicación, especialmente la televisión. A cambio de su docilidad, Medvédev se queda con el premio de consolación de la jefatura del Gobierno, pero que no se engañe: con el cargo no hereda el poder que su mentor ha tenido estos cuatro años, ya que Putin se deshará de él en cuanto no le obedezca ciegamente.

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