JUAN FRANCISCO MARTÍN SECO
El presidente del Gobierno, en el último debate sobre el estado de la nación, planteó la necesidad de modificar el modelo productivo, lo cual parece justo y loable. Con la crisis se han manifestado de forma nítida los defectos y debilidades del modelo económico seguido en nuestro país. En realidad, estas carencias eran evidentes desde bastante antes, sólo que no parece que quisiéramos darnos cuenta de ellas. Hace ya años que el déficit exterior viene presentando unos niveles insostenibles.
Cuando el PSOE estaba en la oposición habló ya de un nuevo modelo productivo y de cambiar el ladrillo por el I+D+i, pero una cosa es decirlo y otra muy distinta llevarlo a la práctica. De hecho, la política económica adoptada hasta el inicio de la crisis no se ha diferenciado sustancialmente de la aplicada por los gobiernos del PP.
Nadie duda de la conveniencia de cambiar el modelo productivo. El problema radica en si somos conscientes de lo que esto significa y de las dificultades que entraña. Tal como el presidente del Gobierno lo ha anunciado parece un acto más de voluntarismo. Cuando se promete una ley de economía sostenible como la gran panacea, es inevitable que surja la sospecha de que se piensa –con una gran ingenuidad– que un modelo económico se cambia de la noche a la mañana por un mero acto de voluntad legislativa o por la aprobación de unas cuantas medidas como las propuestas en el debate sobre el estado de la nación.
En segundo lugar, el Estado se ha empobrecido mediante las privatizaciones. Ha renunciado a instrumentos valiosos para dirigir la economía que han sido entregados al sector privado, nacional o extranjero, en el fondo es lo mismo. En tercer lugar, la incorporación a la Unión Europea y la aceptación del euro como moneda nacional reduce una posible actuación. A ello hay que añadir el lastre del pasado. En economía nunca se parte de cero y se es esclavo de muchas decisiones y conductas anteriores. Las inercias no son fáciles de cambiar a corto plazo.
En último lugar, y quizás el más importante, en el mundo económico construido por el neoliberalismo, en eso que se ha dado en llamar globalización
–el libre comercio, la libre circulación de capitales y, en general, la desregulación de todos los mercados– , el Estado es impotente, puesto que ha transferido la mayoría de los instrumentos y competencias al sector privado. Son los mercados, es decir, el poder económico, los que mandan, los gobiernos obedecen.
Juan Francisco Martín Seco es economista.
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