Del consejo editorial

¿Funcionar sin funcionarios?

Carme Miralles-Guasch
Profesora de Geografía Urbana

En un momento donde todo parece tambalearse, especialmente todo lo que está en el ámbito de lo público, de lo colectivo, todo aquello que concierne al Estado del bienestar, en este preciso momento es oportuno reivindicar el trabajo de las personas que están ocupadas en el sector público en cualquiera de las administraciones. Es decir, reivindicar el trabajo de médicos, maestros, bomberos, enfermeras, trabajadores sociales, policías, etc. que, día a día, hacen que este país sea un país normal. Normal porque sus escuelas abren por las mañanas y los niños encuentran a sus maestros en clase, porque si te atropellan viene una ambulancia y una patrulla de Policía o porque hay alguien que te vigila la presión arterial en el ambulatorio. Quehaceres cotidianos que hacen que este país funcione, con sus más y sus menos, pero que funcione. Y eso nos ha costado mucho esfuerzo colectivo, concentrado en los últimos 30 años.

Las personas que ahora tienen alrededor de 50 años, aquellas que estudiaron a principios de los años ochenta y buscaron sus primeros trabajos a mediados de esa década, lo saben muy bien. En esos momentos, en este país estaba todo por hacer, los trabajadores públicos casi no existían, pues no había escuelas ni sanidad pública. Tampoco existían universidades de prestigio, centros de investigación a nivel internacional o cuerpos de bomberos de élite, por poner algunos ejemplos. No. Todo esto se ha ido organizando en las últimas tres décadas, es decir, en muy poco tiempo. Y me refería a la generación nacida en los años sesenta porque son las primeras personas en este país que han podido hacer su carrera profesional en las distintas administraciones, pues apostaron por un lugar de trabajo que además de estabilidad ofreciera la posibilidad de construir algo nuevo.

Que la Administración, como toda organización humana, puede mejorar en su gestión y servicio es evidente. Que los cuerpos funcionariales tendrían que repensarse, ¿por qué no? Pero lo que parece del todo absurdo es destruir lo que todo país normal necesita, unas personas que trabajen para la colectividad. En interés de todos.

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