Del consejo editorial

La ciencia y nuestro futuro

Miguel A. Quintanilla Fisac
Director del Instituto de Estudios de la Ciencia y la Tecnología

El problema con la drástica reducción de los presupuestos públicos para I+D no es solamente que suponga renunciar a una inversión de futuro. Esto pasa también con la inversión en infraestructuras materiales (trenes, carreteras, aeropuertos): pueden ser importantes tanto por su peso actual en la actividad económica como por su eventual rentabilidad a medio plazo, y a pesar de ello podemos aceptar que, en épocas de vacas flacas, hay que hacer sacrificios y postergar algunas inversiones que hasta hace poco nos parecían imprescindibles.

El problema con los recortes en ciencia y tecnología (como por otra parte sucede también en las áreas de educación, sanidad y gasto social en general) es lo que significan respecto al tipo de sociedad y de sistema económico que deseamos tener en el futuro. Si optamos, por ejemplo, por una economía de servicios tradicionales, como es en gran parte el turismo de sol y playa, o basada en la especulación financiera o en el urbanismo descontrolado, no parece que para ello necesitemos hacer ahora un gran esfuerzo en I+D. Incluso es posible que salgamos de la actual crisis económica y encontremos un acomodo dentro y fuera de Europa que nos permita seguir viviendo a base de importar tecnología, exportar nuestra mano de obra más cualificada y enajenar nuestro patrimonio natural y cultural poniéndolo al servicio de las nuevas industrias del ocio, el juego y las máquinas tragaperras. Todo es posible.

El problema es que nadie ha preguntado a los españoles (como diría Rajoy) si es eso lo que quieren para sus hijos, y sobre todo nadie ha explicado qué relación tienen esas grandes cuestiones (el tipo de sociedad que queremos construir) con los pequeños detalles (cuántos cientos de millones se dedican a I+D en las universidades y centros públicos de investigación).

Lo peor de los recortes en I+D es que transmiten a la población un mensaje equivocado y pernicioso: el conocimiento es para los ricos, ahora somos pobres, así que tendremos que conformarnos con la ignorancia...y la industria de casino. Y nadie dice lo que esto significa: la drástica reducción de alternativas de salida a la crisis, la renuncia a inventarnos un futuro mejor para todos, la renuncia al control de nuestro propio destino como sociedad y como individuos.

Es increíble (y encomiable) la mansedumbre con la que la comunidad científica está afrontando la situación. Y es de agradecer la sinceridad (¿o el cinismo?) de los responsables políticos: unos presentan los presupuestos diciendo que no les gustan y otros anuncian su disposición para pactar un gran acuerdo nacional. Solo falta un matiz: el discurso sobre la ciencia no debería ser que ahora somos más  pobres y queremos ser ricos, sino que seguimos apostando por saber más y ser mejores, y que la ciencia y la tecnología siguen siendo importantes para nosotros, aunque no sean negocio.

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