Del consejo editorial

Hipatia de Alejandría

CARMEN MAGALLÓN

Alas pantallas de los cines ha llegado la película de Alejando Amenábar Ágora, en la que, a través de una superproducción, emerge la figura de Hipatia de Alejandría, destacada científica que vivió en el siglo IV, para la mayoría de la población una perfecta desconocida. No hablaré de la película, que está siendo ampliamente reseñada y que, aunque estoy en ello, todavía no he podido ver. Lo que me interesa destacar es la reflexión que hacía su director en una de las entrevistas publicadas en estos días.

Todavía me estoy preguntando, decía Amenábar, cómo es que a nadie se le había ocurrido antes hacer una película sobre tan destacada astrónoma y filósofa. Una pregunta en la que vale la pena apoyarse como un surfista en una ola, pues en este mundo de hoy el eco de las preguntas viene a depender mucho de quién las formula, y a menudo ni eso es suficiente para que determinados interrogantes fructifiquen.

Efectivamente, he ahí la cuestión: ¿por qué Hipatia fue relegada del elenco de personajes de la Historia? ¿Cómo, por qué, y a través de qué mecanismos funciona la ocultación, la invisibilidad, el dejar en el olvido a esta y a tantas otras mujeres sabias del pasado?

Para los estudios de Historia de la Ciencia que toman como variable relevante el sexo, Hipatia es el origen de una genealogía a la que, con el paso de los siglos, pertenecieron médicas, físicas, matemáticas, astrónomas, químicas, filósofas. Por eso, un libro con referencias y biografías de las más destacadas de entre ellas, y que conocimos hace más de dos décadas, tenía por título El legado de Hipatia. Hay que decir que la mayoría fueron conocidas en su época, pero su rastro histórico es intermitente, y predominan amplias fases de olvido. Y es que como la llamada corriente principal de la transmisión histórica –siempre tutelada por los patriarcas de turno– no acaba de incorporarlas como merecen, cada generación ha de redescubrirlas y rescatarlas.

Con este fondo, la irrupción mediática de la Hipatia de Amenábar, así, a lo grande, es una contribución a la igualdad que nos produce una satisfacción enorme. Porque, como escribe Amelia Valcárcel, el techo de cristal no sólo lo constituyen los puestos a los que las mujeres no acceden o lo hacen a cuentagotas; si hay un techo que sigue siendo inaccesible para una mujer es el de la sabiduría. Y también queremos romperlo. Al igual que es de justicia cobrar igual salario por igual trabajo, compartir las tareas de crianza y llegar a los mismos puestos, también lo es compartir la excelencia y que se reconozca la autoridad de las sabias. Hay muchas más de las que se conocen y, como en el caso de la egipcia, su conocimiento y reconocimiento aumentará los horizontes de libertad para expresar la vivencia en un cuerpo de hombre o de mujer allende la mezquindad de los estereotipos.

Agradezco a Valcárcel, una de nuestras sabias actuales, sus brillantes escritos. Y a Amenábar su capacidad para mirar el mundo de otra manera. Sin los libros de ella y las películas de él, seríamos peores y más ignorantes.

Carmen Magallón es doctora en Físicas y directora de la Fundación Seminario de Investigación para la Paz

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