MIGUEL Á. QUINTANILLA FISAC
El Vaticano nos acaba de regalar un nuevo documento doctrinal, de obligada observancia para los fieles católicos y que pretende ilustrar a todo el mundo acerca de importantes cuestiones morales, planteadas por las técnicas biomédicas de reproducción asistida y por las investigaciones científicas sobre terapia génica, células madre, clonación terapéutica, etc.
Una vez más, el Papa pierde una buena oportunidad para actualizar la doctrina oficial de la Iglesia católica en relación con el conocimiento científico más avanzado y para adoptar, en cuestiones de bioética, una actitud racional, humanitaria y compasiva.
Naturalmente, el Papa tiene todo el derecho del mundo a dar su opinión y a pedir a sus fieles que la compartan. También tiene derecho a proponer normas morales que, desde otros puntos de vista, resultan inaceptables. Y los demás tenemos derecho a criticarlas: la cuestión es que, en el documento Dignitas Personae (La dignidad de la persona), que motiva este comentario, el Papa se equivoca, como mínimo, en dos puntos, uno moral y otro científico.
El error científico reside en considerar que los embriones son lo mismo que las personas. Un embrión en sus primeros días de existencia, que es cuando resulta útil para la investigación con células madre o para la implantación en el útero materno, es un conjunto de células indiferenciadas, capaces transformarse en células de cualquier otro tipo, de dar lugar a uno o varios individuos, o de generar tejidos celulares de muchos tipos diferentes. Ese material biológico es muy importante y su uso debe estar regulado por normas éticas y jurídicas. Pero no hay ninguna razón científica para suponer que es algo así como un ser humano completo en miniatura, y que su manipulación equivale a un homicidio.
Lo más curioso es que esta doctrina pontificia se presenta como una respuesta innovadora ante las nuevas posibilidades y problemas que plantean los avances científicos, pero al Papa ni siquiera se le ocurre pensar que esos avances podrían ayudarle también a comprender mejor en qué consisten la vida y la dignidad humana, y a revisar las posiciones del integrismo católico, un subproducto de la reacción ante la modernidad, de finales del siglo XIX, de donde procede la actual doctrina vaticana sobre el origen y naturaleza de la humanidad. Lo dicho: otra oportunidad perdida por la Iglesia católica para salir del error y reconciliarse con la ciencia. ¿Será porque se trata de una empresa intrínsecamente imposible?
Miguel Á. Quintanilla Fisac es Catedrático de Lógica
y Filosofía de la Ciencia
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