Del consejo editorial

El valor de la dignidad

RAMÓN COTARELO

La penosa situación en que se encuentra España en el caso de la refugiada de hecho Aminatou Haidar, en huelga de hambre desde el pasado 16 de noviembre en el aeropuerto de Lanzarote, tiene causas mediatas e inmediatas. Las mediatas proceden del vergonzoso abandono del Sáhara en 1975 y los más de 35 años posteriores en que España ha seguido haciendo dejación de sus deberes morales frente a la población saharaui, reconociéndole de boquilla un derecho de autodeterminación que niega de forma activa en la práctica y sacrificándola a una razón de Estado de entendimiento con Marruecos que jamás ha sido tan sinrazón como está siéndolo ahora.

Las causas inmediatas proceden de la cadena de disparates administrativos y legales que han llevado a España a admitir en su suelo a una persona prácticamente secuestrada por las autoridades de su país sin que nadie se explique cómo haya podido suceder tal cosa. Esta situación convierte de hecho a nuestro país en cómplice de la ilegalidad y el atropello de los derechos humanos más elementales perpetrados por el Reino de Marruecos en la persona de esta mujer que, con su entereza moral, simboliza hoy a los ojos del mundo el derecho de autodeterminación de su pueblo.

Frente al ejemplo de la dignidad de esta activista saharahui –que recuerda la grandeza espiritual de un Gandhi en una situación similar y salvando las distancias–, el comportamiento de España hasta la fecha –recurriendo a engañifas y tratando de encontrar ambiguas soluciones diplomáticas de dudoso valor moral– puede acabar convirtiendo a nuestro país no sólo en cómplice del atropello, que ya lo es, sino en ejecutor último del criminal designio marroquí si, llevando su claudicación al límite, decide alimentar por la fuerza a la pacifista en abuso de poder y violación de su clara y expresa voluntad en sentido contrario.

La actitud de Aminatou Haidar cuenta hoy sin duda con la simpatía y el apoyo de la opinión pública española y mundial porque siempre el valor moral y la dignidad de las personas, sobre todo cuando encarnan la causa de sus pueblos, frente a la brutal sinrazón de los Estados y sus aparatos represivos ocupan un alto lugar en el corazón de los seres humanos.

España tiene, pues, una ocasión de oro de enmendar sus yerros, los pasados y los presentes, si abandona su lamentable afán de congraciarse con la tiranía marroquí (que, en el colmo de la desfachatez, despoja arbitrariamente a una persona de la ciudadanía que, sin embargo, le forzó a aceptar en contra de su voluntad). El Ejecutivo debe erigirse en valedor de los derechos de la activista saharaui sin imponerle ninguna decisión que ella no quiera libremente aceptar; debe reconocer el derecho de asilo de Haidar como perseguida que es en su propio país ocupado ilegalmente por otro; y debe defender su causa frente a Marruecos en todos los foros internacionales y, junto a ella, la del derecho de autodeterminación del pueblo saharahui, al que un día hace más de 30 años abandonó vergonzosamente.

Si eso no se hace así, el país entero sabrá que en esto, al menos, el presidente del Gobierno le ha fallado.

Ramón Cotarelo es catedrático de Ciencias Políticas

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