Del consejo editorial

A hombros de generaciones desiguales

ANTONIO IZQUIERDO

Catedrático de Sociología

El Gobierno ha propuesto aplazar la edad de jubilación y ampliar el período para el cálculo de la pensión. Se ha basado en una proyección demográfica que estima que la fracción de las personas añosas crece mucho porque la velocidad a la que aumenta la longevidad es mayor que la de la fecundidad. Una sociedad envejecida produce pocos niños y muchos ancianos o, lo que es lo mismo, reseca el suelo y promete el cielo.

La proyección indica cuántos, pero no quiénes. Lo cierto es que vivirán en un escenario social de baja fecundidad que fragmenta las familias, el mercado que polariza los empleos y un Gobierno múltiple que reparte los costes. Son los tres gestores de la riqueza social que amplían o reducen las desigualdades entre y dentro de las generaciones. Si la productividad no supera el incremento de los octogenarios, las pensiones bajarán, y si aumentamos las cotizaciones a los treintañeros, seremos injustos. No es probable que disfruten de una vejez estupenda los jóvenes que se están viendo forzados a producir menos de lo que saben.
Nuestros padres vivieron en la sociedad industrial, pero nuestros hijos viven en la de la información. La primera se asentó sobre una familia amplia, hogares de ingreso único, trabajadores jóvenes y escasa cobertura pública. La sociedad postindustrial va asociada a familias cortas, trabajos breves, hogares con dos salarios y estados protectores. La actividad industrial se alimentaba de una demografía endógena, mientras que la economía del conocimiento lo hace con una exógena.
Cada modelo social demanda un sistema de pensiones y un arreglo generacional diferente porque produce nuevas necesidades y desigualdades.
Los obreros viven menos años que los directivos y, por eso, acortar su jubilación es injusto. Los que van a vivir más tiempo y consumir más sanidad y cuidados son las clases pudientes. Y en el futuro las mayores desigualdades se darán entre hogares universitarios y aquellos con pocos estudios. La educación abrirá un abismo en la trayectoria laboral y en la jubilación. La familia resultará insuficiente para todos y el mercado se comportará de manera miserable con unos y espléndido con otros. El Estado será decisivo para asegurar que no haya longevos indigentes ni niños analfabetos y para procurar que las cargas de la cuarta edad se repartan con justicia a hombros de generaciones desiguales.

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