Del consejo editorial

Política suicida en la Eurozona

JUAN FRANCISCO MARTÍN SECO

Economista

La Unión Europea, bajo la presión de Alemania, está impulsando una política económica suicida. Retornar al Pacto de Estabilidad y forzar duros planes de ajuste, cuando la economía está lejos de reactivarse, lo único que va a conseguir es prolongar e incluso agravar la crisis, y con ello retardar la consecución del equilibrio presupuestario. La recesión económica es la principal y, en muchos casos, única causa de los déficits públicos. Resulta inexplicable que los países europeos que componen la Unión Monetaria estén cediendo al chantaje de los mercados cuando, como conjunto, pueden resistir perfectamente cualquier movimiento especulativo. Por otra parte, no les vendría mal a las economías de estos países la depreciación del euro.
Merkel, revestida de un enorme fariseísmo, se ha erigido en juez del resto de miembros, amenazando con la expulsión del euro o con la imposición de una dura disciplina presupuestaria. Habría que recordar a la canciller que fue Alemania la que inventó la contabilidad creativa y la primera que incumplió el Pacto de Estabilidad sin sufrir por ello sanción alguna. Pero es que, además, el problema no radica en los déficits públicos, sino en los desequilibrios de las balanzas de pagos, cuya responsabilidad, como en cualquier discusión, recae siempre en las dos partes: el exceso de consumo de algunos países no podría producirse sin el exceso de ahorro en otros.
El modelo alemán propicia la deflación interior y basa su crecimiento en las exportaciones. Resulta a todas luces hipócrita que Merkel fustigue a otros países miembros por sus déficits cuando son precisamente estos déficits los que están permitiendo su superávit y, por ende, su crecimiento. Gran parte de la deuda de Grecia se encuentra en manos de los banqueros alemanes, por lo que el problema de ese país, de existir, es también problema alemán. De ahí que sea difícil de entender la postura cicatera de Alemania arrastrando al Eurogrupo a un acuerdo tan raquítico como el tomado la pasada semana en el Consejo Europeo. El ridículo de la Eurozona es notable, al permitir que uno de sus miembros se vea obligado a pedir ayuda al FMI, lo que no ocurría desde hace muchos lustros, y que los apoyos internos queden a voluntad de cada uno de los estados, sin que los países acreedores se hayan comprometido a nada. Tan sólo la quijotesca España que, como deudora, está, más que para prestar, para que le presten.

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