Del consejo editorial

Dignidad popular

CARMEN MAGALLÓN

Directora de la Fundación Seminario de Investigación para la Paz (SIP)

En medio de la vorágine de la crisis que parece engullirlo todo, desde los puestos de trabajo hasta el ánimo colectivo, pasando por aspectos importantes del Estado del bienestar, reconforta ver que un grupo numeroso de asociaciones de vecinos, a las que une un nombre que denota un bien que valoran, "la Paz", acaba de celebrar en Zaragoza su II Encuentro estatal. Llegaron de varias comunidades autónomas –son más de 70 las asociaciones que comparten este nombre– con el fin de preparar proyectos comunes, aprobar un manifiesto y pasar un día de convivencia, con música y comida.

Alguien puede pensar que se trata de un evento cotidiano, poco importante. Para mí es un ejemplo de dignidad popular, a subrayar con doble trazo, el que dan estos vecinos. Lo simboliza el canto a Mandela y la libertad que entona el coro del barrio anfitrión, con voces de todas las edades. Con el cinturón apretado, en el paro unos y con la hipoteca al cuello otros, viven el día a día alimentados por los valores de la unidad por abajo, la única en la que pueden apoyarse. Y, mientras los tiburones financieros siguen haciendo su agosto con sus redes de engaño, en las que quedan atrapados muchos sueños, ellos y ellas dan ejemplo de solidaridad. Pues, además del recibo de la luz o los transportes públicos, la corrupción y los destrozos del medio ambiente causados por un urbanismo especulador, les preocupa la inexistencia de paz en el mundo, el sitio de Gaza, los muertos y refugiados de Kirguizistán.
Saben, lo han escrito en su manifiesto, que la paz no casa con las injusticias, que no hay paz sin desarrollo, sin derechos humanos, sin de-
sarme, sin una democracia auténtica. Saben que la paz exige una lucha enérgica para cambiar el estado de cosas actual, y que la injusticia no es como una tormenta, ya que erradicarla está en manos humanas. Necesitamos, dicen, unión e inteligencia colectiva, sin desánimo, pues en los tiempos difíciles pueden crecer los cambios necesarios.
Alivia pensar que también en las crisis la gente canta, come y se ama. ¿Por qué no habría de reseñarse, si es el aliento que aún puede mantenernos? En las páginas de este periódico, el escritor Saïd El Kadaoui, citaba recientemente al Premio Nobel de literatura Wole Soyinka para decir que ‘la dignidad es la otra cara de la libertad’. Y la libertad, seguramente porque nos hace reconocernos como humanos, siempre reconforta.

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