Del consejo editorial

Obama mira a noviembre

LUIS MATÍAS LÓPEZ

Periodista

La agenda política en EEUU está ya marcada por las elecciones de mitad de mandato de noviembre. Las encuestas, que ya reflejan un claro descenso en la popularidad de Barack Obama, apuntan a que los republicanos podrían recuperar el control de la Cámara de Representantes y reducir la mayoría demócrata en el Senado.

Bajo ese prisma hay que contemplar la más nerviosa que eficaz reacción al vertido de petróleo en el golfo de México (el Katrina de Obama), la destitución del director nacional de inteligencia por fallos en la lucha antiterrorista, el golpe de autoridad que supuso el cese del jefe militar en Afganistán y, en atención a la importancia vital del voto hispano, las inconcretas promesas de legalizar a los inmigrantes ilegales y reforzar los controles fronterizos, al tiempo que se recurre la represiva ley de Arizona.
Vista desde este lado del Atlántico, la obsesión por la agenda interna ha destruido la ilusión de que Obama contribuya a crear un nuevo orden mundial que deje espacio a la ética y se base en el diálogo, antes que en la fuerza. Alientan el escepticismo el aumento de tropas en Afganistán, la apuesta por las sanciones contra el desafío nuclear de Irán, la incapacidad para romper la intransigencia israelí, el retraso en el cierre de Guantánamo y el menosprecio a la Unión Europea.
Con todo, sería injusto concluir que Obama no ha supuesto un cambio positivo. No hay que olvidar los años de plomo de Bush, cuyo belicismo de matón de taberna ha dado paso a una doctrina de seguridad nacional que reniega, al menos sobre el papel, del ataque preventivo nuclear, y apuesta por las alianzas internacionales. Algo es algo. No es Bush, pero tampoco el Roosevelt que demanda un momento crítico, y le obsesiona en exceso el riesgo de parecer Carter, que pasó a la historia, sin demasiada justicia, como símbolo de inconsistencia y debilidad.
En el horizonte de la cita electoral de noviembre, ninguna de sus grandes apuestas le proporciona la ventaja necesaria para invertir la peligrosa tendencia. Afganistán es un avispero, la reforma sanitaria suscita casi más rechazo que apoyo, y la lucha contra la crisis económica le da tantos disgustos como satisfacciones. De ahí su apuesta por la reforma migratoria, aunque su principal baza es que los republicanos, divididos y sumidos en una crisis de identidad, andan aún buscando una brújula.

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