Del consejo editorial

Las primarias, ¿cerradas o abiertas?

RAMÓN COTARELO

Catedrático de Ciencias Políticas

Ir a las elecciones primarias en la candidatura del PSOE a la Presidencia de Madrid ha costado lo suyo. Ninguna de las partes quería y, de haberse salido con la suya alguna de ellas, no las hubiera habido. Ahora todos hacen de necesidad virtud y afirman que las primarias son signo de buena salud democrática y que debieran generalizarse. Ciertamente. Cualquier otro método para designar candidatos a elecciones representativas es menos transparente. Pero ¿son las primarias lo más democrático? Según y cómo. Estas para la Presidencia de la Comunidad de Madrid son cerradas, ya que en ellas sólo votan los afiliados al partido. Serían más cumplidas si votaran todos los electores madrileños, afiliados o no afiliados, esto es, si fueran primarias abiertas. Participación voluntaria, se entiende.

Las primarias presentan ventajas para los dos candidatos, aunque por razones distintas. Garantizan publicidad y presencia mediática gratuitas, lo que favorece a Tomás Gómez. También son una realización práctica de las encuestas de que dispone el partido y, si no votaran sólo los afiliados socialistas, quedaría favorecida Trinidad Jiménez. Además, de ser ser abiertas, supondrían una llamada al deber cívico general. Y todo eso es muy mediático. Especialmente en agosto.
Por lo demás, es lógico que a las primarias de un partido sólo se presenten los miembros de ese partido; pero ya no parece tan lógico que sólo puedan votar miembros del partido, habida cuenta de que las decisiones del candidato, si resulta electo, afectarán a todos los madrileños, gocen o no de aquella condición.
Unas primarias abiertas no plantean dificultades técnicas en la era de los ordenadores para controlar el voto y garantizar su secreto. El único inconveniente es de fondo: el presumible voto táctico de los madrileños que no sean votantes del PSOE. No es difícil imaginar que muchos electores de otros partidos se tomen la molestia de votar por el candidato que juzguen perdedor frente al suyo. Lo que sucede es que, a menos que haya una orden explícita de estos partidos de que se vote por el perdedor, lo que no sería presentable, el voto de esos electores estará tan dividido como el de los miembros del partido. Un caso como el del candidato republicano Fred Tuttle, quien ganó las primarias abiertas para el senado de Vermont en 1998 y lo primero que hizo fue dar su apoyo al candidato demócrata, es excepcional.

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