Del consejo editorial

Igualdad de oportunidades

JORGE CALERO

Los términos igualdad de oportunidades se han convertido en los últimos 20 años en la expresión utilizada más usualmente al referirse a cualquier asunto relacionado con la equidad. Es, de hecho, una expresión estereotipada, pero, bajo su aspecto supuestamente neutral, oculta un punto de vista muy concreto acerca de lo que se pretende que sea igual o desigual.
Intentar que las personas tengan oportunidades iguales es únicamente una de las dimensiones en las que se puede aproximar nuestra sociedad a sus objetivos de equidad. No es poca cosa, pero no impide que tengamos trayectorias vitales muy diferentes sin que tales trayectorias dependan de decisiones personales. Esto es debido a que las condiciones de partida de las personas son muy diferentes.
Muchos ámbitos clave para nuestras vidas dependen del entorno familiar y social de la persona desde el momento del nacimiento y, en algunos casos, de factores genéticos, definidos antes del nacimiento. Pues bien, si igualamos las oportunidades de dos personas, estaremos construyendo a partir de una situación en la que ya han incidido factores genéticos (en su caso) y entorno familiar y social. En cierto modo, estaremos dando por buenas las desigualdades que tales factores provocan.

Además, la desigualdad entre las personas, derivadas de los motivos que he mencionado, se suele producir muy pronto. Pensemos, por ejemplo, en el ámbito de la salud: lo que ya ha sucedido en los primeros meses de vida va a determinar la salud de la persona durante décadas. Algo similar sucede en el terreno de la educación, donde es posible predecir con ciertas garantías las trayectorias educativas y formativas de las personas a partir de informaciones que están asentadas ya a los 6 años o incluso bastante antes.
Por tanto, cuando la sociedad (usualmente, mediante los mecanismos del Estado del bienestar) aparece con la intención de establecer la deseada igualdad de oportunidades, muy frecuentemente llega demasiado tarde. Lo que se intenta en ese sentido puede convertirse en una legitimación de las desigualdades: la sociedad ha hecho lo posible, pero, fíjense, algunas personas insisten en estar especialmente mal, por algo será.
¿Por qué ha tenido un éxito tan rotundo y una aplicación tan extensa los términos igualdad de oportunidades? En esencia, la idea engarzó bien con la tendencia hacia un repliegue de la actividad redistributiva del sector público, que comenzó desde principios de los ochenta. También, con el énfasis en la capacidad de elección de los individuos, muy propio de las sociedades anglosajonas. El sector público debía garantizar (formalmente) la igualdad de oportunidades; a partir de ahí, los individuos elegían.
Parece claro que, hasta ahora, la orientación hacia la igualdad de oportunidades no ha permitido alcanzar una igualdad de resultados o de condiciones de vida en la mayoría de los ámbitos en los que se ha aplicado. Las políticas públicas más avanzadas, en educación o sanidad, se centran desde hace unos años en la búsqueda (más o menos quimérica) de la compensación de las situaciones de partida. Sin embargo, ahí sigue el término, omnipresente. La igualdad de oportunidades oculta más de lo que muestra, probablemente es inalcanzable y, sin embargo, sigue llenando los discursos públicos. ¿No podríamos aceptar que, simplemente, es insuficiente, que necesitamos algo más?

Jorge Calero es  Catedrático de Economía Aplicada

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