Del consejo editorial

‘Perestroika’ a la cubana

LUIS MATÍAS LÓPEZ

Periodista

Ante el fantasma de la bancarrota, el régimen cubano, en el mayor ejercicio de pragmatismo en 51 años, ha anunciado pasos significativos para liquidar una gran seña de identidad de la revolución: el monopolio estatal de la economía.

El anuncio de que sobra un millón de puestos de trabajo públicos (20% del total), de que la mitad se suprimirán en siete meses y de que se promoverá el autoempleo y el cooperativismo significa admitir un fracaso histórico. Algo parecido hizo Mijáil Gorbachov a partir de 1985, pero no parece que Raúl y Fidel Castro, que tienen presente lo que luego ocurrió con la URSS, quieran acompañar esta perestroika con una apertura política como la que abrió la glasnost. Raúl lo dijo: Hay que eliminar la noción de que Cuba es el único país en el que no es necesario trabajar. Fidel lo dijo (o tal vez no): el modelo ya no sirve. Y los cubanos lo dicen con sorna: el Gobierno hace como que nos paga [el salario medio es de 20 dólares] y nosotros como que trabajamos. La falta de eficiencia es la norma. La economía hace agua, el precio del níquel y el turismo caen, el país sufre aún los efectos del huracán de 2008 y el criminal embargo norteamericano ahoga. Sólo un alivio: el petróleo barato de Hugo Chávez.
Se dice que Raúl Castro envidia el sistema chino: capitalismo en lo económico y férreo control comunista del poder. China puede permitirse una revolución económica sin transición democrática, pero Cuba lo tendrá mucho más difícil. Además de construir una economía mixta, algo debe moverse en el terreno político. La reciente excarcelación de decenas de presos políticos es un paso en esa dirección. El cambio es necesario, pero los Castro deberían dejar el timón a nuevos dirigentes, sin tantas cortapisas ideológicas.
La agonía del modelo revolucionario es una pésima noticia para las clases trabajadoras del mundo entero. Pese a todos sus defectos y excesos, su rechazo de la hegemonía de EEUU, su ideal igualitario y su garantía de trabajo, educación, sanidad y vivienda para todos, era útil como prueba de que había alternativa a los usos y abusos del capitalismo. El fracaso de opciones como la soviética y la cubana no es del todo ajeno al retorno de recetas que cercenan brutalmente los derechos de los trabajadores, una aberración en la que, para su vergüenza, la socialdemocracia es cómplice a veces de la derecha liberal.

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