Del consejo editorial

Retraso en la edad de jubilación: fracaso para todos

JORGE CALERO

Catedrático de Economía Aplicada

Vemos estos días a los estudiantes de Secundaria, en Francia, manifestarse en contra del retraso de la edad de jubilación. Resulta evidente que cada persona que no se jubila bloquea un puesto de trabajo susceptible de ser ocupado por un joven. En el caso español, cada año de retraso en la edad de jubilación supone (según datos de la EPA) unos 80.000 puestos de trabajo no disponibles para los jóvenes, suponiendo que ninguno de los puestos de trabajo hubiera desaparecido en el caso de jubilarse su ocupante. Parece, pues, que están justificadas las protestas de los jóvenes ante las reformas. Pero, más allá de los intereses de grupos específicos, como la población más joven, ¿cómo podemos valorar el efecto del retraso de la edad de jubilación sobre el conjunto de la economía?

Para contestar a esa pregunta es preciso tener en cuenta una de las funciones clave de las pensiones de jubilación. Además de tener una clara función redistributiva, tanto intergeneracional como entre personas con y sin ingresos en el mercado, las pensiones de jubilación contribuyen a la renovación del capital humano. Especialmente en un contexto de innovación acelerada, que requiere cada vez una mejor dotación de capital humano, las pensiones de jubilación facilitan que entren en el mercado de trabajo jóvenes cuya aportación a la productividad es, potencialmente, mayor. Desde ese punto de vista, retrasar la edad de jubilación es un lastre a la productividad y, por tanto, a las posibilidades de crecimiento.
El argumento más utilizado a la hora de justificar el retraso en la edad de jubilación consiste en que el incremento de la tasa de dependencia (relación entre trabajadores y pensionistas) hará eventualmente insostenible el sistema. Pero en tal argumento no se tiene suficientemente en cuenta el papel crucial que juega la productividad: la capacidad de pagar las pensiones depende de la cantidad de trabajadores que cotizan a la Seguridad Social, pero también de cuánto produce cada uno de esos trabajadores.
En ese sentido, la prolongación de la vida laboral es un fracaso y una involución. Se opta, con la medida, por la vía de alargar en el tiempo el esfuerzo de cada trabajador en lugar de por mejorar la productividad. A la vez que se introducen bloqueos adicionales a la entrada de nuevo capital humano, elemento que debiera ser clave en nuestro modelo de crecimiento.

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