Del consejo editorial

Menores en el vacío migratorio

ANTONIO IZQUIERDO

Catedrático de Sociología

Es hora de abandonar la teoría ingenua. La que dice que emigrar es cosa de varones adultos y de nadie más. En estos días están llegando algunas pateras y cayucos y seguimos contando cuántos vienen a bordo. Como si el número lo fuera todo, como si el género o la edad no importaran. Nos sorprende que lleguen a destiempo y que usen trasportes desesperados. Nos extraña que vengan mujeres embarazadas y menores solos. Y sin embargo, no estamos viviendo la misma crisis. Así que seguirán viniendo, con este u otro Gobierno, porque los viajes responden a sus circunstancias en el lugar de origen. Son huidos, no atraídos.

Un enfoque teórico más realista y menos tradicional que el actual nos aclara que el factor inmediato y más frecuente de la migración es el trabajo, pero el último y más decisivo es el bienestar de la familia. De ahí que la inmigración no sea sólo cosa de hombres que luego arrastran a las mujeres y a los hijos. Las mujeres embarazadas constituyen una familia monomarental que abandona el infierno y los menores son adultos prematuros. En síntesis, la familia es el fundamento social de la migración y su situación precaria el motivo de que emigren los adolescentes.
Hay tres tipos de menores que se ven afectados por la migración. El primero son los reagrupados con la familia divida o al completo que vive en el destino. Tienen las dificultades propias del desarraigo y de la edad. Después están aquellos otros que se quedan en el origen a cargo de parientes. Los primeros se encuentran "fuera de lugar" y los segundos se quedan desgajados del núcleo familiar. Y el tercer tipo lo constituyen los menores migrantes no acompañados que llegan en una patera o en los bajos de un camión.
Los menores solos, en su mayoría varones, emigran por miedo al vacío. Se trata de hijos de clase humilde que abandonan pronto los estudios para ayudar al sostén familiar. Se crían en ambientes con antecedentes migratorios y se enfrentan a un desierto de oportunidades. Son adolescentes decididos, con un proyecto autónomo y que trabajan para costearse el viaje. Dos de cada tres son marroquíes y dos de cada diez salen desde Mali y Senegal. En los dos últimos años han llegado a España más de siete mil, pero el total de acogidos supera los sesenta mil. Urge pensar en esta realidad mundial para llenar el otro vacío, el que presentan, a este respecto, las políticas migratorias.

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