Del consejo editorial

Sáhara: aquellos polvos, estos lodos

LUIS MATÍAS

Periodista

Un día antes de que el generalísimo muriese en su cama y cinco después de los Acuerdos de Madrid que dividían de hecho el Sáhara Occidental entre Marruecos y Mauritania (que renunció luego a su parte), la Ley 40/1975 de 19 de noviembre sellaba la descolonización "salvaguardando los intereses españoles". A los tres meses, el 26 de febrero de 1976, un comunicado de la Oficina de Información Diplomática certificaba el fin de la presencia en el territorio, con una salvedad para cubrir la vergüenza por ceder al chantaje de la Marcha Verde: "Para España, la descolonización no culminará en tanto la opinión de la población saharaui no se haya expresado válidamente".

Pasados 35 años, los saharauis que aún siguen en un territorio cada vez con más colonos marroquíes y los que malviven en los campos de refugiados de Tinduf no han podido decidir su futuro. El referéndum que pudiera conducir a la independencia no es ya una opción real. Tampoco, aunque esté en la mesa de diálogo, una solución autonomista que otorgase amplios poderes a una entidad saharaui integrada en el reino de Marruecos. El reino alauí no es ni federal ni autonómico ni democrático. En la práctica, pese a algunos avances, se trata de una dictadura en la que la voluntad del monarca es ley. Y esa voluntad, hoy con Mohamed VI y antes con Hassan II, es que el Sáhara es marroquí. Y punto.

Aunque eso consagre una injusticia histórica, el Sáhara será (seguirá siendo) marroquí. Rabat no contempla otra opción, y está dispuesto a todo para conservarlo, a una represión feroz como la desatada con el asalto al mar de jaimas e incluso a una guerra que nadie quiere, ni Argelia ni el Frente Polisario, incapaz de ganarla.
La presión exterior es limitada. La ONU seguirá con su eterna mediación, sin exigir el fin de la ocupación. Para EEUU, Rabat es un aliado estratégico vital y no le forzará. La UE apenas pinta en este caso, pese a los fuertes lazos económicos y comerciales. Francia mira a su propio interés. Y también España. Pesca, inmigración, Ceuta, Melilla... De ahí las medias tintas, el pragmatismo, la incomodidad, el intento inútil de salvar la cara, las afirmaciones de que no es un conflicto bilateral sino internacional, la tardanza y los matices de la condena a la represión marroquí. Porque aquellos polvos, la chapucera descolonización fraguada en los estertores del franquismo, trajeron estos lodos.

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