Del consejo editorial

Proliferación nuclear

CARMEN MAGALLÓN

Dos submarinos nucleares, británico el uno y francés el otro, chocaron recientemente mientras patrullaban en el Atlántico Norte. Propulsados por un reactor nuclear y transportando misiles con cabezas nucleares, fueron, sin embargo, incapaces de detectarse. Los ministros de Defensa de ambos países se apresuraron a quitar hierro al asunto, pero la presidenta de la Campaña por el Desarme Nuclear (CND), Kate Hudson, remarcó la gravedad de un incidente que ha estado cerca de verter en el mar materiales altamente radioactivos.
Este hecho pone sobre la mesa un peligro ante el que, a diferencia de los años 80, en los que hubo grandes movilizaciones contra el despliegue de misiles en suelo europeo, hoy la gente no parece ser muy consciente. Un peligro que ha crecido por la proliferación horizontal –el aumento de los países poseedores–, por la continua sofisticación de los artefactos o proliferación vertical, y por el tráfico ilegal de materiales nucleares y radioactivos que comenzó en los 90. También por el deterioro de los compromisos internacionales y la creciente pérdida de legitimidad del actual estatus de los estados poseedores del arma nuclear: Estados Unidos, Rusia, China, Francia y Reino Unido. Mientras estos Estados sigan teniendo armas nucleares y no den pasos efectivos hacia su destrucción, otros querrán seguir el ejemplo. Pakistán, India, Israel y Corea del Norte ya lo hicieron, con el agravante de situarse fuera del Tratado de No Proliferación (TNP).

Además, en el marco del cambio climático, la energía nuclear está siendo considerada para la producción de energía eléctrica, lo que aumenta la probabilidad de proliferación. El incremento del comercio y transferencias de tecnología nuclear de doble uso exige constantes adiciones a las regulaciones del TNP. Las exportaciones en esta materia se someten a condicionamientos que establece el Grupo de Países Proveedores y que otros quieren eludir montando sus propias plantas de enriquecimiento y reprocesado. Es el caso de Irán, cuyo programa nuclear está en el centro del debate desde hace años. En la apertura de la Conferencia de Seguridad de Munich, celebrada a principios de febrero, el iraní Ali Larijani acusó a Estados Unidos de utilizar una doble vara de medir al condenar la política nuclear de su país pero no el programa nuclear de Israel o los ensayos nucleares de la India y Pakistán.
El peligro de los arsenales existentes está en que se usen, y también en que sean robados por grupos criminales. El accidente de los submarinos pone al día la pregunta acerca de qué nos protegen las más de 10.000 armas nucleares operativas que hay en el mundo. Es cierto que son las armas ligeras convencionales las que producen un mayor número de muertes. Pero las nucleares suponen un peligro que, en caso de activarse, tendría dimensiones terribles. Hans Blix, presidente de la Comisión sobre Armas de Destrucción Masiva, ya hace tiempo que habló de la necesidad de situar el desarme nuclear en la agenda crítica de la sociedad civil.
Para avanzar hacia la prohibición y el desmantelamiento definitivo de las armas nucleares sólo hace falta voluntad política. Pero esa voluntad difícilmente surgirá si la sociedad civil no se implica con todo su empuje y la reclama.

Carmen Magallón es Doctora en Físicas y directora de la Fundación Seminario de Investigación para la Paz

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