De lunes

Cavernícolas en la historia

Ni crisis, ni corrupción. Toca caza. Verdad es que los prehistóricos la practicaban para comer y éstos, por divertir al cavernícola que llevan dentro. Ojo, sin despreciar tal actividad que cambió la historia durante siglos. El faraón Tutankamón murió al caer de una carroza mientras cazaba. Se fracturó el fémur. Más cerca nos queda Sancho IV de Navarra. El de Peñalén se despistó en una cacería y fue asesinado por su hermano Ramón, que le empujó por un barranco en 1076. En esta misma Iberia, Pérez de Albéniz recordaba cómo la matanza de bichos influyó en el pasado inmediato. El 1 de febrero de 1961, en una cacería con Franco, al joven Manuel Fraga se le escapó un tiro al culo de la marquesa de Villaverde. El presidente del PP contó lo amables que fueron padre e hija mientras el médico sacaba perdigones del trasero de Carmen Franco, que lucía como un queso de gruyére. Ese año, cazando, el dictador se voló la mano con la escopeta. Fue la izquierda. Siguió firmando sentencias.

No tenemos sitio para los negocios y amoríos resueltos en las cacerías de los ricos de pro: Juan Abelló, los primos Albertos, el rey y demás. Todos unos mindundis al lado de los Windsor. No hace mucho que Isabel II ordenó a Carlos, su heredero, que no matara zorros ante la prohibición del Parlamento. O la foto que espantó al país, con el príncipe Eduardo escopeta y palo en ristre para golpear a un can. El pasado 10 de enero, a cinco bajo cero y con 82 años, la reina se calzó las pieles para la cacería de faisanes en Sandringham.
¿Qué tienen en común el ministro Bermejo y el superjuez Garzón con ese personal? ¿La atracción por el olor a pólvora y sangre –sí, también por el rocío de la mañana– es lo más interclasista que han encontrado los maestros de la Justicia? ¿O son los ancestros cavernícolas? Decepcionante.

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