Dentro del laberinto

David el gnomo

Cuántas veces más fuerte que yo eras? ¿Cuántas veces pretendiste estar de buen humor? ¿Eras, realmente, veloz? ¿En qué posesión de la verdad te hallabas? ¿Con qué argumentos me convencías? Cada uno de tus insultos matizados, de tus burlas superiores daban en la diana. ¿Por qué? ¿Qué sabías que yo ignoraba?
¿No me gustaba? Ajo y agua. ¿Me quejaba? Ya volvería. ¿Me alejaba? Me recuperarías.
¿Cuándo me escapé? ¿Me escapé, en realidad? No me han quedado marcas en el cuerpo, ni en el rostro, pero hay una cojera emocional que arrastro, una lenta cicatrización del alma, el intento más desesperado por sanar y que la siguiente vez los cuentos de hadas no incluyan Barba Azules, ni absurdos reyes que ponen una y otra prueba a las muchachas que dicen amar.

Durante la semana pasada tres mujeres han muerto en situaciones de violencia relacionada con sus parejas. Innumerables desconocidas padecen un acoso psicológico que las hacen dudar, llorar y sentirse locas, culpables e inservibles. Un número desconocido de hombres se encuentra en esa misma situación, y no saben, como esclavitud a su sexo fuerte, cómo pedir ayuda, ni a quién acudir. La violencia invisible aún resulta increíble para muchos, y por eso mismo no es denunciada, ni apenas detectada.
Es un delito: puede y debe denunciarse. Es frecuente: puede, y debe atajarse. Es comprobable: las secuelas pasadas y las secuelas presentes son determinadas por los peritos y dejan huellas tan fehacientes como las costillas rotas. Es intolerable: nadie que causa un daño innecesario debe escapar sin culpa ni pena.
Te creíste muchas veces más fuerte que yo, y olvidaste que la ternura es el privilegio de los fuertes. Paga ahora. Llora como niño la actitud que no supiste mantener como hombre.

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