Dominio público

Entre nuevos y viejos tiempos

María García Yeregui

Historiadora

María García Yeregui
Historiadora

En esta primera mitad del año se ha sentido un trasiego evidente respecto a las relaciones, siempre existentes, entre presente y pasado. Primero, los aniversarios de los primeros meses, como el del 23-F y, después, la muerte de Adolfo Suárez y sus "alrededores" que volvieron a traer al primer plano la transición y fueron una nueva vuelta de tuerca para el refuerzo de los discursos oficiales. Dejando a un lado las efemérides, nos pusieron en contacto con el pasado las declaraciones en la Audiencia Nacional de dos represores franquistas, protegidos por un artículo de la Amnistía de 1977 que fue incluido en la ley y aprobado tácitamente aquel octubre con la complicidad de los congresistas y los medios de comunicación, ya que la Amnistía tenía la impronta de ser una reivindicación de la izquierda antifranquista para liberar a los presos que restaban en las cárceles de la dictadura. También aludieron al pasado los muertos en la frontera con intervención policial mediante y las cargas policiales bajo órdenes de delegados de gobierno para evitar acampadas no deseadas. Asimismo, mediante las leyes se traen conatos pasados, en realidad constantes, e inercias nunca ausentes del todo, con la llamada ley mordaza o la reforma del código penal y, por supuesto, la "nueva" ley del aborto.

Pero lo definitivo en el danzar de sombras chinescas acompasadas entre pasado, presente y futuro se desató con la abdicación de Juan Carlos I y el nombramiento como rey, siguiendo los principios de herencia masculina, de su hijo varón, secundado por el bipartidismo que parió la forma de transición lampedusiana. Alucinante, indignante y sabida es la estrategia de la que, una vez más, hemos sido testigos aunque implementada, dada la coyuntura, con especial descaro: robar y apropiarse de conceptos ligados a resistencias y oposiciones al establishment, como han sido la reivindicación de "un cambio", las alusiones a "nuevos tiempos" o la apelación a la necesidad de una "segunda transición"; pues ahora resulta que el cambio, los nuevos tiempos y la segunda transición vienen con el nombramiento del príncipe como rey ¡el cinismo sin límites!

En funcionamiento la fábrica de propaganda, siguiendo el ejemplo de la industria cultural y otras, propias del capitalismo tardío, que desangraron de espíritu contestatario los años 60, convirtiéndolos en eslógans, eso sí, de vida —para goce, hegemonía y beneficio máximos de la globalización— al apropiarse y mercantilizar los principios más novedosos de aquellos movimientos sociales. He aquí el resultado: en un par de semanas, los "tiempos de cambio", los "nuevos tiempos" y la "segunda transición" tienen lugar porque el sucesor Borbón pasa a ser rey antes del fallecimiento del padre. El argumento es para reír por no llorar: siguiendo el relato oficial, como Juan Carlos I fue clave en la transición, pues dicho término deja de significar, por arte de magia, o peor, por personalismo de la vieja escuela, "cambio de régimen político".

Y tenemos transición por seguir la línea sucesoria monárquica —¡alucinante!—, dando, de paso, un peso al rey que ni según la sacro-santa Constitución éste tiene, precisamente, porque existe la forma política de una democracia liberal en el Estado. Así, el hijo, además de corona, hereda también ser portador de una transición, como si la transición del franquismo a la democracia representativa no se hubiera abierto a partir de la muerte de Franco. Estos argumentos no es que no respeten el significado de transición y el proceso que define, sino que implican que Felipe fuera algo más que un rey sin poderes, ya que Juan Carlos tuvo un peso en los años 70 precisamente porque fue rey por designio de Franco, a partir de 1947, y el 22 de Noviembre de 1975 se coronó como tal por aprobación de las cortes franquistas. Pero en una supuesta democracia monárquica —juego de significados que hombres de otros tiempos sencillamente no podrían entender por su antinomia— hablar de una segunda transición por un cambio en el trono es sencillamente estúpido, demencial y, tanto que dicen, antidemocrático.

Así pues, la videncia no subterránea de la relación entre pasado y presente consiste en la presencia y representación del pasado mediante claves como la real-imaginaria o la imagen deformada de lo real, como si espejos cóncavos y convexos reflejasen tan sólo grotescas sombras, hoy en día tecnológicamente adecentadas, para quienes no pueden o no quieren mirar directamente rompiendo los espejos. El marco histórico encuadra las causas y las continuidades estructurales de hoy, siempre acompañadas de diferencias formales, mientras, en la superficie, actúa la grotesca farsa.

Y es que a partir de los 80, de las revoluciones se pasó a las irreverencias, de la derrota al desencanto, confundiendo las unas con las otras, pensando que el capitalismo de libre mercado no podría reapropiarse de la subversión moral, después de haber arrasado violentamente con la subversión política, social y económica. Craso error, puesto que la lógica del capital, como fehacientemente ha demostrado, no deja pasar sin aprovechar para sí y, por ende, contra nosotros, ni un solo movimiento. Para quien piense que un régimen político puede no acompañar a los poderes y lógicas del sistema económico que impera, quizás la historia autoritaria de la autarquía nacional-sindicalista al desarrollismo nacional-católico dentro del franquismo le resulte ilustrativa. Por otro lado, para quien crea, a estas alturas y egoístamente, que la relación entre el consumo y el beneficio salvaguarda a los trabajadores de occidente, una vez impuesta la globalización, sea útil una simple mirada al mundo o, alegóricamente, quizás sirva la consideración, explicitada fehacientemente en Breaking Bad, que acerca de sus consumidores tienen los beneficiarios de la "industria" de la droga: no somos otra cosa que despreciables yonkis dentro de la rueda de consumo, beneficio, explotación y acumulación.

Localmente, la cultura reflejada en aquellas nuevas mayorías de los 80, tras una larga y represiva dictadura, pasó de encarnarse en Miguel Hernández y Rafael Alberti a Blas de Otero y Pedro Guerra, consumidos mediante Ana Belén. El pasado reciente, con su "camisa blanca" y "su esperanza" fortalecía las bases coercitivas de pensar lo colectivo en torno al falaz esencialismo nacional de la naturaleza cainita y la leyenda negra, bases fundamentales para el pacto coercitivo y deformante de la reconciliación nacional de la transición política. Tal chantaje se concretaba, una vez más, como hoy, en una sombra deformada y deformante de libertad de elección que encubría al personaje principal en acción: la manipulación masiva de las ideologías y sectores dominantes convertida en "realidad" mayoritaria. Así, eran abrazadas las premisas que leían esa realidad al abrigo de una promesa más que ficticia, una moderna y posmoderna superstición: romper con una supuesta maldición del pasado mediante el arribo a la "tierra prometida" de la modernidad europeísta; como si en Europa no se hubieran gestado y desarrollado dos guerras mundiales en el mismo siglo o algún que otro genocidio dentro y fuera del continente. La novedad se "contaminaba" con un orientalismo multiculturalista de consumo que determinaba las condiciones de la relación propuesta al otro. Esto es, prohibía "la rabia y los malos sueños" para que el otro fuera recibido; y, sólo así, "bajo mi rama tendrás abrigo". Es decir, protección a cambio de obediencia y asimilación. Y así, un cretino asistencialismo condicionado a la obediencia fue el horizonte pintado y deformado hasta que en la recepción pareció moderno, respetuoso y molón. Un intercambio clásico de poder en su vieja versión amable, un remasterizado y condicionado "buen salvaje". Y, de nuevo, una vez más, las sombras grotescas en los espejos deformantes, vistas como si no fueran sombras y no hubiera espejos.

Por su parte, en el centro del mundo capitalista, el espejismo de un cambio entre los perdedores y los ganadores, y la desaparición rápida del orden que cantara Bob Dylan en los 60 (The times they are a changin), abría paso a la consciencia algo más norteña de Leonard Cohen al describirnos, a finales de los 80, esos tiempos que no habían cambiado tanto: "todo el mundo sabe que la lucha está manipulada, que los pobres seguirán pobres y los ricos enriqueciéndose (...) todo el mundo alardea de sus riquezas (...)todo el mundo sabe que el sistema está podrido y que el negro Joe sigue recogiendo algodón para tus cintas y tus lazos (...), así es como van las cosas y todo el mundo lo sabe" (Everybody knows).

Por todo ello, no hay otra que criticar a los argumentos que acusan a la institucionalidad de tratar a la gente como menor de edad, afirmando explícitamente y en contraposición que sí era menor de edad la de los 70. O de aquellos que afirman que porque se evidencia el fin geopolítico de un mundo unipolar lo que entendemos por globalización no sucedió o ha concluido, olvidando las posiciones del movimiento antiglobalización que anunció, oponiéndose frontalmente, mucho de lo que estamos viviendo. No podemos dejar de lado los aprendizajes necesarios del pasado para resistir hoy. Por ello, sería bueno no flipar en demasía con los discursos, viejos desde el siglo XIX, de "una gran novedad" -hablando siempre dentro de la oposición al modelo de dominación- que deja todo pasado, en realidad, toda derrota atrás, y que, ésta sí, "por fin, nos liberará de la asfixiante del pasado". No emborracharse con esos criterios, precisamente para evitar que las lógicas y estrategias del orden vuelvan a funcionar para su beneficio como pasó con los 60. Porque para poder romper con las lógicas de las sombras chinas en los espejos cóncavos y ver con claridad las complejidades, para romperlas, tenemos que mirar el pasado y huir de las burbujas y reflejos resplandecientes de "lo nuevo", distinguiendo entre las continuidades y los cambios de corta, media y larga duración que transitan ante nosotros, en el espacio que nos dejan las concepciones de  los tiempos, viejos o nuevos. Para aprender de nuestra larga historia de resistencias para las estrategia en las condiciones del hoy.

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