Dominio público

El sudoku electoral del 1 de marzo

Ignacio Urquizu

IGNACIO URQUIZU

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Vascos y gallegos están llamados mañana a las urnas. La fecha electoral no es lo único que les une; estos ciudadanos van a evaluar sendos gobiernos de coalición y es muy probable que los resultados impliquen nuevos pactos. Este tipo de gobierno conlleva limitaciones para la democracia. Cuando evaluamos y elegimos gobiernos de coalición nos enfrentamos a dos problemas: en primer lugar, no sabemos muy bien quién es el responsable de qué. Por ejemplo, ¿a quién premiarán o castigarán los gallegos por la política lingüística? Si la asignación de responsabilidades no es un proceso sencillo, los gobiernos de coalición incrementan esta dificultad. El segundo problema está relacionado con el resultado de las elecciones. Cuando el futuro gobierno depende de pactos, es posible que los vencedores de las elecciones acaben fuera del poder. Si los ciudadanos quieren "amenazar" a los partidos con mandarles a la oposición si no cumplen con lo que se espera de ellos, en los gobiernos de coalición esta amenaza no será creíble.

Además, el balance electoral influirá en las estrategias que Partido Socialista y Partido Popular vienen desplegando durante el último año. Aunque las elecciones son autonómicas, sus lecturas serán en clave nacional. Tras las elecciones generales, el nuevo equipo del PP decidió cambiar de estrategia de oposición, dejando atrás la crispación. Estos cambios no han sido aceptados de igual manera por todos, y aquellos que alentaron la estrategia de confrontación han estado cuestionando el liderazgo de Mariano Rajoy. Tanto Nuñez Feijóo como Antonio Basagoiti representan la línea de moderación. Por ello, unos malos resultados electorales del PP darían alas a los duros, quienes aumentarían las dosis de sus críticas. De hecho, el escenario es paradójico. Sabemos que los ciudadanos castigan a los partidos divididos internamente. Por ello, los críticos tienen incentivos en seguir alimentando esta división para, una vez pasadas las elecciones autonómicas, reprochar a Mariano Rajoy unos malos resultados que ellos han contribuido a generar.

El caso del Partido Socialista es algo distinto. Sus expectativas son seguir gobernando en Galicia y ser claves en la formación del nuevo gobierno vasco. Si alguno de estos dos escenarios no se diesen, el PSOE recibiría una clara señal sobre su gestión de la crisis. Sabemos que la gestión económica nacional es muy relevante para explicar los resultados electorales de las elecciones autonómicas. Es decir, se produce un efecto arrastre donde la gestión del Gobierno central acaba influyendo en los resultados electorales del partido en el nivel regional –Sandra León, The political economy of fiscal decentralization, Instituto de Estudios Autonómicos–. Si las expectativas socialistas no se cumpliesen, Rodríguez Zapatero podría acabar introduciendo cambios en su Gobierno donde, por ejemplo, el ministro de Economía, quien acabó la legislatura pasada siendo el segundo ministro mejor valorado, ha pasado a encontrarse entre los peor valorados a comienzos de 2009.

Las encuestas del Centro de Investigaciones Sociológicas apuntan que el PP tiene más motivos que el PSOE para estar preocupado. Si analizamos la evolución de los apoyos electorales de ambos partidos entre 2005 y 2009 en el País Vasco, vemos que el Partido Socialista no sólo conserva su electorado progresista, sino que ha ganado terreno entre los votantes más moderados y aquellos que declaran no tener ideología, dos sectores muy relevantes en las victorias electorales. En cambio, el Partido Popular parece perder apoyos entre su electorado más tradicional, entre otras razones, por la aparición de un nuevo competidor: UPyD. De hecho, el partido de Rosa Díez sólo logra apoyos significativos entre el electorado más conservador. Un 16,8% de los que se ubican en la extrema derecha en el País Vasco declaran apoyar a UpyD, una cifra cercana a la del Partido Popular, quien pierde algo más de la mitad de su electorado en este segmento de electores.
En Galicia el escenario es algo distinto. Usando las encuestas del CIS vemos que el PSOE, al igual que en el País Vasco, aumenta su respaldo entre los votantes moderados pero, en cambio, cede una porción de sus votantes de izquierdas al BNG. Por su parte, el Partido Popular conserva su electorado más conservador pero pierde apoyos entre los moderados. Además, a diferencia del País Vasco, UPyD no representa una amenaza electoral para ninguno de los dos principales partidos. Estos cambios en los apoyos pueden explicar por qué los pronósticos vienen anticipando subidas del PSOE y BNG, mientras que el PP baja. Los nacionalistas crecen a costa del PSOE, mientras que los socialistas lo hacen quitando apoyos al PP.

No podemos extrapolar este análisis de forma exacta a lo que está sucediendo a nivel nacional, aunque hay algunas tendencias que se repiten. Si realizamos el mismo ejercicio comparando la encuesta postelectoral del CIS y su último barómetro de enero, vemos que los dos partidos están perdiendo respaldo entre todos los grupos de votantes, aunque el PSOE se mantiene como la formación preferida en el centro. El Gobierno se encuentra en su peor momento de popularidad, con un único 17,2% de ciudadanos que consideran su gestión muy buena o buena, lejos del 28% de hace un año. Pero la oposición no está mejor. Sólo un 11,2% aprueba su trabajo, un dato muy similar al de febrero de 2008.
En definitiva, vascos y gallegos no sólo eligen nuevos gobiernos, sino que además sus votos también influirán en las estrategias nacionales de PP y PSOE. El Partido Socialista parece estar en un mejor momento electoral que el Partido Popular. Pero esto no debería llevar a los socialistas a la autocomplaciencia. El Gobierno de Rodríguez Zapatero tiene que recuperar la confianza que tenían los ciudadanos en él hace un año. La empresa no es fácil y la solución tiene que ver más con el realismo que con el optimismo.

Ignacio Urquizu es Politólogo de la Fundación Alternativas y profesor en la Universidad Complutense de Madrid

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