Dominio público

Crispación para tapar la corrupción

Josu Montalbán

 JOSU MONTALBÁN

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El ejercicio de la crispación, el traslado del debate político hacia espacios controvertidos y complejos con intención de enrarecer el ambiente democrático se ha convertido en una estrategia del PP. En los debates parlamentarios abunda la discusión sencilla, derivando cada diferencia de criterio a una especie de patio de vecindad en el que proliferan las acusaciones generalizadas y los reproches interesados, falsos y gratuitos.
Viene mucho a cuento abordar este aspecto de la vida política en este momento en que la delicada situación derivada de la crisis va a llevar a afrontar debates de contenido delicado: empobrecimiento, aumento del número de personas sin empleo, caída de la economía, escasez de recursos para financiar los servicios básicos dependientes de los niveles actuales de nuestro estado de bienestar, ajuste de los presupuestos del gasto a las posibilidades recaudatorias reales, etc. Este tipo de debates, en los que la oposición sólo se juega un poco de su credibilidad mientras el Gobierno se juega el futuro en su imagen de eficacia y eficiencia, se presta a practicar el populismo y recurrir a prácticas de acción inmediata mucho más dirigidas a provocar el descrédito del otro que a conseguir el mejor producto final.

Una atmósfera de crispación es el mejor hábitat para las desideologizadas hordas políticas que, cada vez con mayor frecuencia, se entregan a tácticas que favorecen el acceso al poder, aunque no se tenga claro qué hacer luego con él. Al secretario general del Grupo Popular en el Congreso de los Diputados, José Luis Ayllón, le ha preguntado una periodista de la revista Trámite si vuelve la crispación a la vida política, refiriéndose al caso Gürtel y demás asuntos de la actualidad, y ha respondido con una evasiva absurda: "Lo que crispa es que haya más de tres millones de parados y un Gobierno quieto, crispa tener un millón de parados sin ninguna prestación por desempleo, crispa que todos los miembros de 800.000 familias estén en el paro, crispa ver la Justicia como está". Es decir, que la crispación es algo que está en el ambiente, disperso en pequeñas burbujas que lo impregnan todo.
A tenor de lo dicho por Ayllón cabe concluir que nadie es responsable directo del ambiente hosco que impera en la vida política española, e incluso que los griteríos y abucheos con que, alternativamente, se premian o castigan las intervenciones de los diputados en las Cortes fueran inducidos por duendes ajenos al mundo parlamentario. Pero el mismo

Ayllón nos lo aclara: "No crispamos los políticos, que somos los actores, sino el Gobierno, que es el que maneja la agenda política; si el Gobierno lleva al Parlamento temas que crispan, crisparemos".
Con estas reflexiones da a entender varias cosas: que sólo el Gobierno crispa o por acción o por omisión y que los miembros del Gobierno no son políticos. Ambas reflexiones son falsas e interesadas, como lo es el tratamiento que el señor Ayllón da a los abundantes casos de corrupción aparecidos en su partido: "El PP es un partido fundamentalmente honrado, cuando encontramos una manzana podrida en nuestro cesto actuamos inmediatamente, no como otros [en alusión al PSOE] que la han acompañado hasta las puertas de la cárcel de Guadalajara". Nadie puede afirmar que la política, en general, está infectada de corrupción, pero es bueno subrayar que hay corruptos en el seno de los partidos intentando sacar beneficios de las actuaciones administrativas. Lo abyecto es intentar remediar las responsabilidades propias en las acusaciones dirigidas a los demás.

La lucha contra la corrupción política debería ser una prioridad de todos los partidos, que tendrían que compartir las varas de medir con objeto de que actuaciones erróneas, incorrecciones, corruptelas y corrupciones sean tratadas con el mismo criterio, porque son esas discusiones vacuas (aunque importantes) las que ayudan a crispar. Ayllón ha dicho en su entrevista: "Hemos descubierto que un miembro del Gobierno y el instructor de un sumario están juntos en una cacería; nos parece muy despreciable desde un punto de vista democrático (...). Bermejo era un elemento de incorrección en la Justicia: ético y estético". Sin embargo, le falta espíritu crítico para valorar los casos de populares corruptos, alegando que se trata de urdir una trama contra el PP, lo cual llevó a su partido a intentar redimirse con una solemne foto de familia –con motivo de los abundantes casos recientes de corrupción hechos públicos–, en la que aparecían casi todos los máximos dirigentes de la formación en actitud exculpatoria: "Lo que pretendíamos era dar una imagen de unidad y de que esa era la gente a la que se estaba tratando de levantar una causa general". Y no. Nunca debió extenderse la culpa de unos miembros corruptos a toda la colectividad, pero bien se ha visto que actúan convencidos de que el uso y abuso de la crispación produce apegos y votos.

En esa estrategia se mueve el PP, haciendo un flaquísimo favor a la democracia. Recientemente, el diputado José María Lassalle, compañero de Ayllón en la Cámara y en la dirección del PP, adjudicaba a su partido el importante éxito de haber hecho dimitir al ministro Mariano Fernández Bermejo. Cualquier afirmación en este sentido es gratuita, porque dimitió a petición propia. Mientras tanto, dan la espalda a los múltiples casos de militantes y cargos populares que han cobrado comisiones y recibido regalos millonarios a cambio de contratos y concesiones igualmente millonarias. Al PP no le preocupa demasiado el descrédito de la política, porque la entiende como un mero instrumento al servicio de intereses y no como el arte o la cadena de disciplinas destinadas a conformar diferentes tipos de sociedad y distintos modos de vida. Ellos no persiguen una sociedad más justa e igualitaria, sino una sociedad a su medida.
La crispación, que es una de las más burdas perversiones del modo de hacer política, se ha convertido en el eje estratégico del PP en su lucha por reconquistar el poder.

Josu Montalbán es diputado del PSE de Vizcaya 

Ilustración de Mikel Casal

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