Dominio público

¿Quién es el pueblo?

Jorge Moruno

Sociólogo

Jorge Moruno
Sociólogo

 

"Debéis decir a la aristocracia: no te beneficiarás de los éxitos que tu bellaquería te había prometido: la libertad y la igualdad triunfarán."

Maximilien Robespierre 15 de frimario del año II -5 de diciembre de 1793


Europa y especialmente el sur, pasa por una encrucijada histórica propia de tiempos acelerados en los que a veces,  resulta complicado acompasar el necesario diagnóstico con la urgencia de la práctica política. Una crisis deja de ser tal cosa, cuando sus síntomas y consecuencias se extienden en el tiempo y se convierten en la normalidad cotidiana.

Cuando se "levanta la tapa" de los consensos en un régimen constituido, se van cociendo sentimientos latentes y aparecen dolores sociales legítimos. La política aparece justo en medio de ese fuego cruzado, cuando se decoloran las fronteras y los límites hasta ese momento asumidos. Nos estaríamos equivocando si pensáramos que ese "levantar la tapa", se tradujera directamente y naturalmente en un avance de la democracia. En esa ambivalencia del dolor y la incomprensión, nadan por igual las posibilidades del cambio democrático como las de su involución. Se inician dos caminos que conducen a lugares opuestos. Por esa razón vivimos tiempos que requieren de respuestas cristalinas, limpias como el corte de una guillotina, para ponerle freno a la austeridad y a las pasiones tristes que puede desatar, pues el miedo utilizado como arma política desplaza la respuesta, la propuesta y la culpa, hacia otro lado.

Ese desplazamiento lo vemos en Francia entre el ascenso de Marine Le Pen, la posible vuelta de Nicolás Sarkozy y el actual gobierno de François Hollande, que aplica medidas ultraliberales bajo la justificación de la "responsabilidad". Lo vemos en una Alemania plagada de minijobs donde Angela Merkel, ahora más cerca de pactar con los eurófobos, amenaza constantemente al resto de países con la obligación de cumplir el pacto de estabilidad presupuestaria. Mateo Renzi en Italia, aplicando reformas laborales para destrozar los derechos laborales. Suecia, con la extrema derecha como tercera fuerza, con lemas como "recortar pensiones o recortar inmigración".

Todas caras de un mismo fenómeno: el asalto oligárquico del autoritarismo liberal y su reacción xenófoba, al "pacto" establecido con el trabajo y los derechos conquistados, para hacer de la sociedad un erial para los muchos y un maná para los pocos. El desierto de lo social es la comunidad de los inmunes,  la sociedad de quienes no sienten como propios los problemas que nos afectan a todas las personas y como propias las personas a las que les afectan los problemas: Iphone, Ipad, Itunes, I, I, I (yo, yo, yo). Un yo enajenado del otro, no un yo atravesado por la relación con otros. Lo que capitaliza y cosecha la extrema derecha, viene sembrado previamente por ese "populismo propietario", el racismo aséptico de procedimientos impersonales y la "ideología aritmética" inoculada como si fuera economía. Este desierto representa la liquidación de la democracia, desde el momento en que se olvida su razón de ser y se arrodilla ante el beneficio de los oligarcas financieros. Lo vemos en la propia Comisión europea con Jean-Claude Juncker a la cabeza, que ha decidido, como ya hizo Angela Merkel en 2012, tomar partido en las próximas elecciones griegas en favor del gobierno títere de la Troika. La injerencia y las amenazas son una constante para tratar de fagocitar el cambio político que reclaman las mayorías griegas. Ese es el abono de las reacciones autoritarias que planean sobre Europa: su existencia es indisociable del neoliberalismo. Hace tiempo que la retórica democrática y de progreso desaparecieron de los discursos oficiales, imponiéndose finalmente la teología de una economía propia de fanáticos. Ya no les hace falta apelar a ese "mundo libre", ahora solo queda lugar para el espacio liso del miedo, la resignación y la neoservidumbre. Resulta crucial recuperar la idea de la "economía política popular", para combatir a la postmoderna reacción termidoriana que regurgita el sentir de las palabras de Boissy d’ Anglas en 1795, "un país gobernado por los propietarios se encuentra dentro del orden social".

El pueblo comprendido como demos (o mejor en plural, demoi), y no como laos (el conjunto de individuos aislados que viven pasivamente bajo una forma política dada), se construye desde su concreción social e histórica, en torno a unas formas de ser, decir y hacer. ¿Pero quién es el pueblo, quién se queda fuera del pueblo? ¿Es pueblo un inmigrante sin papeles que se desloma bajo un plástico sin poder cotizar? ¿Es pueblo quien prefiere evadir impuestos en un paraíso fiscal? El primero lo es, el segundo no, porque el pueblo democrático siempre reúne a los que son excluidos de la decisión política. Un pueblo libre siempre es una ensalada multitudinaria de las diferencias en apertura constituyente. Es el ardor tumultuoso y plebeyo, que se expresa suspendiendo al tiempo dominante y reclama su propia existencia. El pueblo no existe y por eso mismo, la línea política medular estriba en definir su existencia. El pueblo es esa parte de la gente que se reivindica a sí misma y decide dejar de ocupar los roles, las posturas y los pensamientos, que aparentemente debían reproducir. Deshacer el nudo, el desorden de un orden para construir otro distinto.

Las plazas de Madrid y Barcelona rebosando democracia en 2011 expresaban precisamente eso: eran el equivalente histórico de los ciudadanos franceses en 1830, que tras una primera jornada de barricadas tiraban abajo los relojes que colgaban de los edificios oficiales, símbolo del ritmo vital que marcaba su pobreza.  El 15M fue una vacuna social contra la reacción servil y  dotó de sentido colectivo a lo que se sufría individualmente, o se percibía como factor meteorológico. La irrupción de Podemos ha servido para interpretar y articular en una apuesta político-institucional, sentimientos latentes que bien podrían haber ido por otros derroteros, en clave democrática. 2014 ha sido otro año más de esperpento, pero también ha sido el año en el que la resignación ha quedado atrás; 2015 tiene que ser el año del cambio. No hay tiempo para la nostalgia, el presente se acelera y le pisa los talones al futuro: ahora es cuando. Cambio o resignación, democracia o barbarie.

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