Dominio público

Gracias, México

Lolita Bosch

LOLITA BOSCH

dominio-05-13.jpgEn días recientes vimos morir a 150 personas de gripe común y aliviarnos de que sus muertes no se pudieran convertir en las nuestras. Fue mejor noticia que la gente muriera de pobreza a que se hubiera contagiado de un virus que nos podía matar a nosotros también. Aunque no supiéramos entenderlo, tal vez porque nunca habíamos vivido un momento así, la evidencia nos arrolló.

Y la Ciudad de México se quedó vacía.

Cerraron restaurantes, comercios, librerías y casi todas las iglesias. No hubo cine, teatro ni reuniones en casas de amigos. Nada de abrazos, besos ni bailes. Muchas empresas cesaron actividades hasta nuevo aviso. Los vendedores ambulantes se esfumaron. Y si bien los que pudieron salieron de vacaciones para el puente de mayo o se instalaron en segundas residencias, la mayoría de los capitalinos estuvieron encerrados en sus casas –muchos de ellos sin trabajar ni ganar dinero–.

A la espera de que un Gobierno, evidentemente sobrepasado por la situación, diera noticias claras que permitieran entender qué estaba sucediendo. Atentos a una televisión alarmista que infantiliza al espectador. Leyendo una prensa, nacional e internacional, que demostró una falta imperdonable de ética. Y contando teorías de la conspiración que demuestran que esto, en verdad, no estaba ocurriendo. Que los Estados Unidos sólo podían prestar dinero a México en caso de emergencia. Que todo fue un proyecto de la derecha para hundir la izquierdosa capital. O que fue consecuencia de un ataque bacteriológico diseñado para matar a Obama cuando visitó el país hace unas semanas antes de la alerta sanitaria. ¿La prueba? Murió el director del Museo de Antropología e Historia que había hecho de guía al mandatario estadounidense.
Puede parecer folclórico, pero es una forma del miedo.

Aunque los correos electrónicos con conspiraciones y fotografías insólitas –como la del candidato a gobernador del Estado de Nuevo León repartiendo gel antibacteriano con el logo del Partido Revolucionario Institucional– tardaron todavía un par de días en llegar. Antes debíamos dejar paso a la perplejidad, la incredulidad, la desesperación y el miedo. Porque no teníamos modo de entender qué sucedía.

Hace apenas unas semanas, anuncios como el cierre de la Universidad Nacional nos parecían imposibles. Aunque no tardamos en defender la actuación del Estado mexicano, que pareció seguir, en efecto, un protocolo establecido por la Organización Mundial de la Salud.

A muchos les pudo parecer exagerado y tal vez lo fuera. Pero las medidas tomadas en México, más que cualquier otra cosa, evitaron la propagación descontrolada de la gripe porcina alrededor del mundo. Y aun así no he visto que en ningún medio de comunicación se haya agradecido el sacrificio de los mexicanos, ni su civismo, ni sus escasas escenas de pánico. No parece haberse entendido el acto de generosidad, tal vez involuntario, pero efectivo, que tuvieron que hacer para evitar la propagación mundial de la gripe porcina.

Al contrario: vimos fotografías como la de un avión mexicano aterrizando en Shangai como si estuviera repleto de extraterrestres. "Leprosos", le gritó un futbolista chileno a uno mexicano durante el campeonato de la Copa Libertadores en Santiago de Chile. "¡Mexicanos miserables, salgan del Perú!", corearon un grupo de peruanos frente a la Embajada Mexicana de Lima. Y a muchos de nosotros, alrededor del mundo, nos cancelaron citas y nos pidieron, amablemente, que no hiciéramos ciertas cosas.

Sobre todo que no estornudáramos.

Porque en esos días, como ocurrió en todo el territorio mexicano, pero sobre todo como ocurrió en la Ciudad de México, los mexicanos del exterior estuvimos vigilando cuándo estornudábamos en público. Y aunque fuéramos capaces de entender el miedo, también deberíamos haber asumido que todo lo que sucedió fue, más que nada, consecuencia de una infodemia. Y que la auténtica pandemia descontrolada a la que nos vimos sometidos fue la falta de ética periodística. Informaciones confusas, cruzadas, no cotejadas y definitivamente impunes.

Aunque esto, más que nunca, lograra que entre mexicanos nos pareciéramos todos. Porque en esos días, para nosotros –como para los 50 millones de pobres del país–, tuvo sentido la frase "puedes sentirte mal pero no te vayas a enfermar", que se suele decir en México porque las medicinas son más caras que en Europa, el servicio médico muchísimo más deficiente y las prioridades de los 50 millones de pobres son otras.

No hay dinero para estar enfermo.

Así que en México deberíamos aprovechar esta situación para poner la pobreza, de una vez por todas, en el centro del debate social. ¿O acaso seguiremos actuando en el exterior como si fuéramos un país primermundista aun a costa de difuminar a los 50 millones de pobres con los que convivimos?

Y para el resto, para el mundo de afuera, tal vez haya llegado el momento de agradecerle a México su exagerada reacción, de evitar que se propague el estigma de la enfermedad y de colaborar para que los mexicanos, y sobre todo los capitalinos, puedan volver cuanto antes a la normalidad.

Y entre todos recordar, como dijo Marcelo Ebrard, alcalde del Distrito Federal, que "Somos una ciudad generosa que ha otorgado asilo, ha apoyado a todo el mundo con graves problemas sanitarios. No tiene sentido esta reacción xenofóbica. Los virus no tienen nacionalidad, sólo estructura genómica".

Lolita Bosch es escritora. Su último libro es La familia de mi padre

Ilustración de Mikel Casal

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